¿“Hasta cuando”—se pregunta un español desesperado—“ desdeñaremos lo que ignoramos?
¿“Por qué”—se lamenta deprimido—“rechazamos lo que no comprendemos”?
El abatimiento de este Catilina contemporáneo está justificado: no se explica que todos critiquen los esfuerzos del Presidente del Gobierno para que España remonte la crisis económica.
El observador imparcial, que como Beltran Duguesclin ni pone ni quita rey, tiene que darle la razón a Catilina sin, por ello, eximir a José Luis Rodríguez Zapatero de parte de la culpa.
La excelsa capacidad con que la naturaleza lo dotó para gestionar la justicia social, la política, las relaciones internacionales, el baloncesto y la economía lo inducen a creer que todos tenemos su mismo talento.
Es ese disculpable error, y no la malicia, lo que le ha impedido percatarse de que, como sus gobernados somos más torpes, precisamos que nos explique el objetivo aparentemente inconexo de sus medidas económicas.
Zapatero sabe que, por separado, sus decisiones pueden parecer contradictorias, aunque sean maniobras tácticas ideadas para que confluyan en un objetivo estratégico común: recuperar la opulencia perdida.
Tendría que haberlo explicado como un padre le revela a su hijo, para que entienda el misterio de la perpetuación de la raza humana, que a los niños los traen las cigüeñas.
Ayudemos a Zapatero:
Para no repetir la época de despilfarro económico anterior a la crisis, hay que limitar la capacidad de gasto de los españoles, que son unos manirrotos.
Es un axiona que el individuo no sabe el valor de lo que gana ni de lo que gasta por lo que es obligación del Estado, que todo lo sabe, fijarle sus ingresos mediante subsidios y administrarle sus ahorros con impuestos crecientes, para que no se le ocurra gastarlos en viajar a Disneylandia.
Al regular el gasto se sujeta el consumo, lo que abarata los precios. Mientras más gente viva del subsidio, más bajará el Indice de Precios Al Consumo y menos gravará la inflación a los ciudadanos.
Como el individuo es incapaz de decidir por sí mismo y es el Estado el que mejor sabe lo que a cada uno le conviene, se regulará el peso, la talla, los gustos, el pensamiento y la religión de todos los ciudadanos.
Se garantizará la libertad aunque, como los dimmies en la añorada época califal, los trasgresores tendrán que pagar multas por fumar, correr en su coche, ser heterosexual, ir a misa, oir otra emisora que no sea la SER, leer periódicos distintos de El Pais o Público y ver canales que no sean la sexta, la cuarta, Plus o CNN.
Lo que se recaude con las multas financiará nuevos subsidios de paro, hasta que se logre el objetivo final: todos parados.
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