lunes, 19 de octubre de 2009

ESPERANDO QUE LLUEVA EN EL VALLE

La lluvia que tan ansiosamente se espera a partir del miércoles será este año un alivio pasajero para los habitantes del Valle Medio del Guadalquivir.
Hasta el año 2008 habría sido el colmo tardío pero predecible de una época de abundancia aparentemente perpetua.
Hasta el año 2008, la preocupación casi única de los habitantes del Valle Medio del Guadalquivir era el capricho climático en el reparto de lluvias que garantizaran la fecundidad de la tierra en la que viven.
Estaban genéticamente entrenados para observar el cielo y detectar la procedencia del viento.
Si el ábrego llegaba desde el golfo de Cádiz, húmedo, cálido y sostenido, auguraba la inminencia de la lluvia que tornaría en verdes los campos resecos, tersaría la aceituna y llenaría de zumo la naranja.
Si el viento sopla desde el norte y se esparce desde las colinas de Sierra Morena enfriado al contacto con los páramos manchegos, los cultivos del Valle Medio del Guadalquivir se amustian y languidecen.
Este 2009 es un año en el que los vientos ábregos Se están haciendo esperar. Desde que el primero de Septiembre comenzó el año agrícola, la temperatura media ha sido de 20,9 grados, superior a la media de los últimos 40 años y la pluviosidad de 16,8 litros por metro cuadrado, un 65,5 por ciento menos de la media habitual.
Los naranjos, que cubren la vega, tienen abarquilladas sus hojas verdinegras y las frutas, poco más gruesas que canicas, no llegan al tamaño de las bolas de tenis.
Aunque la extrema sequía preocupa, no es el mayor problema de los habitantes del Valle Medio del Guadalquivir en el que, quienes no viven de la agricultura, lo hacen de los servicios que la agricultura demanda y de los subsidios que el gobierno reparte a cambio de la paz social.
El auge de la economía basado en las plusvalías generadas por las inmobiliarias también trastornó la pausada evolución del Valle porque los súbitos excedentes de la construcción buscaron refugio en los terrenos labrantíos y la voraz demanda catapultó los precios.
Una hectárea de naranjal pasó de dos millones de pesetas a principio de la década a 15 millones del año pasado. Los bancos, ante la imparable revalorización de la tierra, prestaban sin pedir siquiera la declaración de la renta—invariablemente negativa—del solicitante.
Ahora, que se venden tierras a mitad del valor del momento de mayor encarecimiento, los bancos piden como garantía de devolución del crédito la declaración de la renta y solo lo conceden a los pocos que no saben manipularla para que aparezca negativa.
Desde hace dos años, el habitante del Valle Medio del Guadalquivir, a su habitual preocupación de auscultar el cielo, ha añadido la de estudiar la situación de las finanzas nacionales.
Mientras el cielo sigue ominosamente despejado, el horizonte financiero sigue lúgubremente borrascoso.

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