lunes, 21 de diciembre de 2009

CANDIDO O LAS MARRULLERIAS DEL SINO

Hace medio siglo que se empeñan en trivializarla, pero la conjunción de deseos de hombre y mujer en la discreta penumbra de una alcoba sigue fascinando como un milagro mágico.
Han manipulado el cine, la televisión y la prensa para reducir al placer corporal inmediato el rito gozoso del mecanismo de la reproducción.
Querían, y no lo han conseguido, que la refinada liturgia del amor se limitara al acople mecánico de la protuberancia en la hendidura, sin sentimientos ni palabras.
Sin embargo, sigue hechizando el siempre repetido y nunca igual misterio del amor.
Esa ha sido mi conclusión más sorprendente de los dos primeros meses de andadura de mi novela “Cándido o las marrullerías del sino” (Visión Libros).
Los amigos que hasta ahora la han leído me dicen lo que de su amistad esperaba: que los entretuvo y que su lectura les hizo reír.
Pero el comentario más detallado lo merece un episodio que, en tres de las 189 páginas del libro, narra la experiencia erótica de la protagonista en una bacanal.
O el autor solo sabe transmitir las sensaciones que inducen a la lascivia, o los lectores son misteriosamente propensos a que se les alegre la pajarilla. Me temo que sea lo segundo porque mi impericia en lo primero la tengo más que acreditada.
La novela narra la historia de un hombre sin historia, al que el azar lo zarandea y juega con su destino como el gato travieso se entretiene con el ratón al que puede que termine comiéndose, o le permita seguir vivo.
“Cándido” es un juguete que no pretende más que, quien lo lea, disfrute tanto como el autor al escribirlo.
En su favor tengo que decir que todos los que lo han leído dicen que les hubiera gustado que hubiera seguido rizando el rizo, como hacen esas novelas capaces de relatar en 3.500 páginas lo que en 35 se puede contar.
Como escribo para mí, y no para editores que pretendan ganar dinero, no me engaño a mí mismo ni engaño al lector, y acabo la historia antes de que la historia acabe con su paciencia. Al que le sepa a poco, que use su imaginación y la termine como quiera.
“Cándido” está a disposición de quien quiera compartir los ardores de Lolita, la insatisfacción de Eréndira, las tribulaciones del maricón lesbiano, las angustias del camello triste o la fantasía del guerrillero equívoco.
Es mi tercer libro, tras “Sentencias salomónicas para doce problemas humanos y para uno divino” y “El Viejo Rio Grande”.
Si Dios puede pasar sin mi asesoramiento en el Cielo y me prorroga el contrato vital, que diría un redicho, lo seguirán otros que ya se están cociendo.

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