El presidente Zapatero dice que ha propuesto el retraso de la edad de jubilación para evitarle problemas en 2020 o 2025 al gobierno español.
Su preocupación por facilitar la tarea de su todavía remoto sucesor dándole prioridad sobre la solución a los acuciantes problemas de su gobierno es un gesto que lo confirma como estadista.
Si fuera un político corriente, se limitaría a incentivar la creación de empleo, reducir el déficit, agilizar la burocracia estatal, favorecer la administración de justicia, facilitar la creación de riqueza a las empresas y vigilar el buen funcionamiento de los servicios públicos.
Se ganaría así la reelección, al responder a lo que le piden los votantes de su tiempo, aunque dejara a quien tenga que afrontarlos los problemas del futuro.
Pero esas medidas de rentabilidad política inmediata no garantizarían el cobro de las pensiones de los que se jubilen dentro de 25 años, preocupación de un auténtico estadista.
Los malintencionados sugieren que Zapatero, al centrar la atención en problemas futuros, intenta que los electores se olviden de los actuales, porque no sabe cómo solucionarlos.
Citan en apoyo de esa teoría su prolija tradición de inventar debates sobre hábitos sexuales, costumbres religiosas, tragedias bélicas olvidadas o ambiciones confederales, para que se hable de ellas y no de las preocupaciones inmediatas de los ciudadanos.
El de las jubilaciones es un capotazo de banderillero para distraer al toro y evitar que empitone al matador. Todos hablan del posible retraso de la edad de jubilarse, y se olvidan del seguro retraso en encontrar un puesto trabajo.
Sin alargar el período de cotización puede que el sistema de pensiones de jubilación corra peligro dentro de 20 años.
Pero sin reducir ya drásticamente el agobiante número de parados es seguro que no habrá jubilaciones y que del desempleo se pasará directamente a la jubilación, sin derecho a cobrar pensión.
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