Si emplear el tiempo en cavilaciones banales es una de las más regaladas ocupaciones del hombre, dedicarlo a decidir si todos los hombres son iguales es, más que perderlo, derrocharlo.
Porque basta echar una mirada alrededor: todos los humanos somos distintos en estatura, volumen, aspecto facial, longitud nasal o abundancia capilar.
Por si esas diferencias fueran insuficientes, ¿por qué lo mismo que se critica en unos se elogia en otros?
Como botón de muestra, véase el caso del Caudillo y Zapatero: la tendencia prohibicionista de ambos es similar, pero mientras se elogia la del segundo, se critica la del primero.
El Caudillo prohibía el comunismo y Zapatero el fascismo y siendo ambos totalitarismos idénticos, ¿por qué se aplaude lo segundo y se condena lo primero?
El Caudillo perseguía la mariconería y Zapatero la alienta. Si era la misma anomalía antes que ahora, ¿por qué se reprochaba a Franco y se elogia a Zapatero?
¿Por qué critican el estímulo de Franco a la castidad y el de Zapatero al aborto, si ambas aberraciones persiguen el mismo encomiable objetivo de librar al planeta tierra del Ser Humano?
El Caudillo prohibía la sindicación libre y Zapatero subvenciona a los sindicatos antes perseguidos. ¿Por qué, si ni antes ni ahora sirven para nada?
Si la mayor parte de las estatuas votivas enfeecen más que embellecen el paisaje urbano ¿por qué Franco alentaba que erigieran las mismas estatuas que Zapatero derriba?
(Eso puede que tenga explicación porque para que te erijan una estatua tienes que haber hecho algo, mientras que para derribarlas no hace falta haber hecho nada).
En definitiva, que si elogian a un personaje por lo mismo que abuchean a otro es porque más vale caer en gracia que ser gracioso.
O lo que es lo mismo: que por mucho que nos empeñemos, no somos todos iguales.
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