La osadía es un peligro público si la protagoniza un gobernante que, en el ejercicio de sus responsabilidades ministeriales, impulsa reformas que afecten a quienes está obligado a gobernar con prudencia.
Mientras más alta sea la jerarquía del gobernante osado más graves serán las consecuencias de sus decisiones, por lo que no es equiparable el error de un rey absoluto como Fernando VII al de una audaz ministra como la de Igualdad Bibiana Aido.
Fernando decidió crear en 1830 la Real Escuela de Tauromaquia, después y como aparente expiación por el cierre de todas las universidades de España.
Aunque no deslumbren como focos de irradiación de conocimientos y cultura, las universidades españolas están actualmente repletas de alumnos afanados en terminar cuanto antes sus estudios para engrosar las listas del paro.
Pero, aunque las escuelas y facultades estén abiertas y abarrotadas de alumnos, la enseñanza universitaria en España--como todo el país—atraviesa una honda crisis, o al menos esa es la percepción generalizada.
Y para sacarla de la crisis en que está sumida, ¿de quien esperar el remedio, sino de la Ministra Aido?
En el solemne recinto del Senado, el adusto discutidero en el que las más reposadas, preclaras y sagaces mentes nacionales esparcen sabiduría con la voz de su experiencia, Bibiana ha propuesto que el feminismo ocupe “un lugar en la formación troncal” de los estudios universitarios españoles.
Como toda solución genial a un problema complejo, la de Bibiana Aido sorprende por su aparente simplicidad.
No tiene el empaque de la solución que Fernando séptimo dio al cierre de las universidades creando la escuela de tauromaquia, pero la de Bibiana posiblemente sea más eficaz.
Porque, ¿a quién se le hubiera ocurrido estudiar en la escuela de ingeniería la resistencia de materiales inspirándose en el feminismo, o la propagación de las ondas sonoras en el reclamo de la perdiz, según su sexo?
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