Parecía el del domingo en Málaga un discurso del futuro inminente, en el que Mariano Rajoy ya hubiera ganado las elecciones y José Blanco se empeñara en recuperar para su partido socialista el gobierno perdido.
De las dentelladas dialécticas del tribuno socialista contra el dirigente popular, el de que Rajoy corteja a “los enemigos de la igualdad” quizá fuera, si no el más certero, al menos el más halagüeño.
Porque negar la igualdad es tanto como reconocer la diversidad o, en términos ideológicos, rechazar la uniformidad en favor de la libertad.
El todavía ministro socialista José Blanco, que seguramente estará de acuerdo con su correligionaria H. Hartmann en que “las categorías marxistas son ciegas al sexo”, hizo esa referencia a Rajoy a propósito de las muy criticadas alusiones del alcalde de Valladolid a la ministra Leire Pajín.
Pero, por mucho que se empeñen Blanco, la Hartmann o Marx, no pueden evitar que entre varones y hembras haya evidentes diferencias que condicionan el atractivo recíproco.
Ni el hombre es más que la mujer ni la mujer menos que el hombre. La mujer es más tenaz, sufrida, pragmática y dúctil que el hombre frente a lo imprevisto. Si alguno de los dos es el sexo débil, es el masculino.
Ni hombres y mujeres somos iguales ni se juzga con igual severidad los atractivos ponderativos de las cualidades visibles del sexo contrario de los de un sexo hacia los de otro.
En el caso de las mujeres, cuando se refieren en público al atractivo físico de alguien del sexo contrario, nadie se escandaliza pero el varón que confiesa lo que le atrae del físico de una mujer es un machista.
La televisión, que más que retratar la vida es un escaparate de la forma de vida que quienes mandan proponen, está saturada de programas en los que tanto el hombre como la mujer ponderan las diferencias que entre hombres y mujeres atraen a los del sexo contrario.
Si quieren evitar comentarios como el del alcalde de Valladolid, que censuren en televisión los elogios a las oquedades o protuberancias fisiológicas de hombres y mujeres.
O, por muy de moda que se haya puesto, que rechacen la hipocresía de negar lo evidente: que varones y hembras somos diferentes y que las diferencias nos hacen atractivos y no repulsivos.
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