Suele ponerse como ejemplo de audaces a Aníbal, Hernán Cortés, Francisco Pizarro y Otto Skorzeny.
Todos ellos, y otros cuantos millones de aventureros que lograron lo que parecía imposible, no fueron más que apocados burgueses si se les compara con los intrépidos insensatos que, en la acogedora soledad de nuestra casa, aconsejamos cómo solucionar los problemas del mundo.
Los que pasan por aventureros sin miedo necesitaron arcabuces, espadas y barcos para sus hazañas. A nosotros nos basta un ordenador.
Vamos a ello: si a mí me proclamaran emperador de España (no acepto ningún cargo para el que me elijan los que son todavía más tontos que yo), garantizo que:
1.- Ahuyentaría a la jauría de hienas que, disfrazados de políticos, se disputan los restos de España.
2,-Que, después de salvada España, haría lo mismo que hizo Cincinato después de salvar Roma de los ecuos: volvió a arar con sus bueyes. Yo volvería a escribir idioteces en mi ordenador.
Mi plan de salvación de España es simple
a) Prohibiría que el Estado o cualquiera de sus organismos compita con empresas privadas en ningún sector de la economía.
b) Para que no me llamen radical, fijaría un tope máximo salarial diez veces superior a la media para todos los cargos electos.
c) El político podrá hacer lo que quiera con esa asignación, con la que tendrá que pagar los asesores, secretarias, peluqueras, chóferes y aduladores que necesite.
d) Es evidente que no vale, como pasa ahora, colocar a esos apesebrados para que los pague el Estado.
e) La separación entre empresas estatales y privadas sería tan radical que la escuela pública cedería ante la privada, la sanidad pública ante la privada, el orden público se adjudicará por contrato a la mejor oferta de empresas de seguridad y al concurso para la concesión de la tarea de defender a España de amenazas extranjeras podrán concursar todas las compañías de mercenarios que quieran, nacionales o extranjeras.
Declaro resueltos todos los problemas de España y, como había prometido, vuelvo a mi ordenador a escribir idioteces, que es para lo que, de verdad, sirvo.
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