viernes, 2 de noviembre de 2012

LA FUERZA DEL DESEO

La muerte de tres muchachas en la estampida de los que huían de la multitudinaria fiesta del Madrid Arena ha conmovido tanto y tan hondamente como episodios similares anteriores.

No sorprendió a nadie, sin embargo, porque fue un calco de sucesos similares.

Como lo es la secuencia que desencadena cada caso: acusaciones de que el número de asistentes era superior al del aforo permitido, comprobación del funcionamiento de las salidas y medidas de emergencia, demora de los servicios de socorro y depuración de responsabilidades.

Si en el futuro se aplicaran, paliarían las consecuencias del desastre, pero no lo evitarían.

Es imposible, en el modo urbano de vida al que ha evolucionado la población, evitar esa clase dr tragedias y es innecesario alertar a los que asisten a esas fiestas de que, al hacerlo, corren peligros.

Todos los que se dieron cita en el Madrid Arena eran conscientes del riesgo porque seguramente ninguno de ellos ignoraba la gravedad de las tragedias ocurridas en fiestas similares anteriores.

¿Qué les hizo desestimar, entonces, la prudencia que la razón les recomendaba y entrar en el Madrid Arena?

El instinto, un motor más acuciante para el ser humano sobre todo joven, cuando la razón no es freno suficiente para moderar los impulsos.

Los que pagaron entrada para ir a la fiesta sabían lo que encontrarían allí: la oportunidad idónea de aparearse rápidamente y sin contraer compromiso porque sabían que a todos los movía el mismo propósito y era el lugar más rápido y sencillo de lograrlo.

Esa necesidad de los jóvenes es tan vieja como la humanidad. Solo ha cambiado, porque lo ha hecho el entorno en que el hombre vive, el lugar de encuentro.

Antes de que la población se apelotonara en las ciudades, los jóvenes se conocían e intimaban gradualmente en el plácido esparcimiento rural, en celebraciones familiares o en fiestas populares.

El largo paréntesis que solía transcurrir entre el conocimiento y la consumación de la pareja es inconcebible en las anónimas multitudes en que transcurre la actual convivencia humana.

En las grandes ciudades la prisa manda y es imperativo acortar el tiempo que hay que emplear entre formularse un deseo y conseguirlo.

Por eso, y mientras la forma de vivir actual no invierta su dinámica y vuelva a la calma de las pequeñas ciudades, seguirán celebrándose fiestas como la del Madrid Arena en las que los jóvenes estarán dispuestos a correr el riesgo que sea necesario para satisfacer los imperativos de su instinto.

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