La figura
retórica conocida por sinécdoque se emplea para extender a la totalidad de algo
las características de una de sus partes.
PermÍtaseme
emplear el caso del telefonista del Samur como sinécdoque ilustrativa del
carácter de todos los españoles actuales y de su manera de entender la vida.
Eludió
la displicencia con que contestó a la angustiosa petición de ayuda de la amiga
de una de las víctimas con la disculpa de que era chófer y no operador
telefónico pero no dudó en aceptar el puesto cuando se lo ofrecieron, ni
renunció al salario correspondiente.
El del
operador del Samur, lejos de ser un caso aislado en España, parece lo habitual:
aceptar el salario del empleo, pero sin asumir la responsabilidad por inepcia,
descuido o error.
Si
algún escrupuloso adujera que una golondrina no hace verano, seamos ornitólogos
por un día e identifiquemos a otros pájaros de parecido plumaje:
Angel
Acebes, Ministro del Interior, se enteró del atentado terrorista de Atocha que
costó 200 vidas cuando los trenes
explotaron, permitió que se destruyeran pruebas e ignoró el robo sistemático de
explosivos en una mina asturiana.
Felipe
Gonzalez, presidente del gobierno: sus colaboradores montaron, sin que se
enterara, una organización antiterrorista ilegal, una trama para financiar
ilegalmente a su partido, nombró jefe de la guardia civil al delincuente Luis
Roldán al que ayudó a huir con casi once millones de euros el colaborador de
interior Francisco Paesa, que le cobró 1.800.000
euros al ministerio por denunciar el paradero que facilitó la captura.
José
Luis Rodríguez Zapatero: a pesar de que todos le avisaban que la crisis
económica había estallado, siguió derrochando fondos públicos y endeudando al
Estado hasta que instituciones y países acreedores y gobernantes extranjeros lo forzaron a adoptar medidas que, por su capricho, eran las más inadecuadas.
Miguel
Angel Fernández Ordóñez cobró desde 2006 a Junio de 2010 un salario de 194.148
euros anuales y, desde entonces hasta su dimisión, 165.026 euros. Dimitió para
poder seguir cobrando, durante los dos años que le quedaban de mandato, 11.000
euros mensuales. Si hubiera sido cesado por el gobierno, no los hubiera
cobrado.
Salario
más que injustificado, por no haber advertido como debería haber hecho, de la irreal
tramoya que las cajas de ahorro y algunos bancos presentaban como balances.
Para
no aburrir citando aves de plumas parecidas, aunque más lustrosas que las del del
telefonista del Samur, sería oportuno mencionar a los presidentes Chaves y
Griñan, así como a los consejeros que cobraron por enterarse, y no se
enteraron, del latrocinio de los ERE.
Golondrinas veraniegas son también tantos presidentes y vicepresidentes de Caja de Ahorro nombrados por sus partidos y sindicatos, que cobraban 313.000 euros
anuales y, cuando se declaró la quiebra de la caja, adujeron que no devolvían el
dinero cobrado porque no se habían enterado de las decisiones que causaron la ruina.
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