Negrita de mis
pesares
Ojos de papel
volando
A todos diles
que sí
pero no les
digas cuando
así me dijiste
a mí
por eso vivo
penandoooo….
No es posible
que Blas Galindo se inspirara en este bando de cotorras parlanchinas que es la casta política española, que hablan
sin ton ni son y siempre pretextan que no dijeron lo que dieron a entender
cuando hablaban.
Es imposible
porque el compositor de la música y autor de la letra de “El son de la negra” la
dio a conocer en 1940, en tiempos de la más tenebrosa dictadura, cuando si a
alguien se le hubiera ocurrido predecir la democracia de carnaval que hoy sufre
España lo hubieran fusilado o metido en un manicomio.
En doce horas de discursos se pueden decir
muchos dislates, escuchar embelesado el orador el tono de la propia voz, dar a
entender lo que se quiere decir pero no decirlo abiertamente para guardar la
posibilidad de desdecir lo que sugirió pero sin decirlo expresamente.
Nada de lo que
en estos dos días del debate sobre el estado de la nación se dijo fue relevante.
A quien escuchara los discursos les importó más el cómo que el qué de lo que se
dijo.
Prueba de eso
es que todos se atrevieron a opìnar cuál de los dos principales contendientes
había ganado el torneo dialéctico, pero sin poder precisar lo que dijo para
declararlo vencedor.
Esta diarrea
verbal propia de la época que nos ha tocado vivir, en la que todo el mundo se
gasta un dineral en aparatos carísimos
para decirse idioteces, ha proclamado que se valora más el medio que el
mensaje, más la máquina que el talento.
La palabra nada
vale y economizarlas no es una virtud.
Lejos quedaron
los tiempos en que llamar a alguien hombre de palabra era el mayor elogio.
Se olvidó la
virtud de la concisión, la de evitar palabras innecesarios.
Desde que lo ví
venir,
supe: por la
burra viene.
Dije pa no
discutir
dame, toma,
tengo o tienes:
La burra no te
la llevas
porque a mí no
me conviene.
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