domingo, 3 de marzo de 2013

TRABAJAR PARA VIVIR O VIVIR PARA TRABAJAR



   Celebraron los andaluces el 28 de febrero el aniversario del referéndum por el que en 1980 dejaron de depender de los señoritos terratenientes para hacerlo de los señoritos de la Junta de Andalucía.
   El jornal, los préstamos y la vista gorda de los señoritos de escopeta puta y perro les llega a los los andaluces desde el 28 de febrero de 1980 de los señoritos de militancia, obediencia e impunidad de la Junta de Andalucía.
   Lo que en esa fecha ocurrió fue, en concreto, que a los mandamases políticos de la región, que hasta entonces los nombraban lejos de Andalucía, los elegirían en adelante los censados en Andalucía, escogiendo entre los distintos candidatos, elegidos cada uno de ellos por las burocracias de sus partidos.
   En definitiva, los andaluces cambiaron de amo, como perro al que ponen distinto collar.
   Todo sigue igual que antes porque los andaluces como pueblo—y se admiten todas las excepciones individuales—están entrenados por la historia para que  solucionen sus problemas los que mandan, en vez de resolverlos por sí mismos.
    Hasta el 28 de febrero de 1980, correspondía  la obligación y la responsabilidad de  satisfacer las necesidades de los ciudadanos andaluces a los que nombraban fuera de la región,, sin que los andaluces tuviera atribuciones para hacerlo.
    Desde entonces, los andaluces asumieron el derecho a elegir a sus gobernantes, propio de pueblos no dependientes y, en consecuencia, la responsabilidad de resolver por sí mismos sus necesidades.
    Contradice su condición de adulto el hijo que reclama vivir lejos del hogar familiar  y sigue exigiendo a sus padres que continúen sustentándolo.
   Los que montaron el referéndum de 1980 asumieron el derecho y el deber no declarados de tutelar, en lugar de servir a los andaluces no engañaron a los andaluces, pero tampoco les dijeron toda la verdad.
  Les pidieron que se pronunciaran entre gobierno regional nombrado por otros o administración política regional elegida por los ciudadanos de la región.
   Lo que realmente se dio a elegir en aquella ocasión a los andaluces fué si preferían su vida tradicional o la habitual en Europa Occidental, los paises septentrionales de América del Norte, Japón y los dos principales de Oceanía.
    La forma tradicional ofrecía trabajar para vivir y la segunda, propia de las llamadas democracias occidentales, vivir para trabajar.
    Compatibilizarlas, como intenta desde entonces el pueblo andaluz, es difícil: la primera permite renunciar a las exigencias de competir con los demás para disfrutar de los utensiliuo mecánicos, electrónicos o de desplazarse, obtenidos gracias a la eficacia y la competencia laboral.
    La segunda garantiza el disfrute de un clima ameno, de  copas, procesiones, romerías, ferias, fútbol, toros y tertulias con o sin dominó, y la renuncia a  vacaciones playeras anuales, cruceros, aparatos de última generación para guasapear o tuitear chorradas y otros artilugios que cuestan cada vez más dinero.
   Las dos maneras de vivir son agradables pero simultanerlas por todos, si no imposible, lo parece e intentarlo, como los andaluces pretenden, obliga a un permanente y arriesgado equilibrio.

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