Dichosa edad y dichosos siglos aquellos en los que los
españoles tenían su conjura judeomasónica a la que culpar de su incapacidad.
La conjura
desapareció con la dictadura personal de Franco, pero en la dictadura
parlamentaria de las burocracias políticas que la siguió a los españoles les
siguen haciendo falta chivos expiatorios en los que descargar sus culpas.
(Los israelitas apartaban
cada año dos chivos y, al azar, entregaban uno de ellos al sacerdote para que
lo sacrificara y lo ofrendara a Yahavé. Al otro lo responsabilizaban de todos
los males del pueblo judío y, con voces y pedradas, lo alejaban para que
muriera en el desierto como ofrenda al demonio Azazel.).
El pueblo español
tiene, como el judío, sus chivos bueno y malo. El bueno, naturalmente, es el
mandamás de turno hasta que empieza a declinar su estrella y lo reemplaza como
chivo benefactor el que acaba sucediéndolo.
Lo primero que hará
al comenzar a mandar será declarar chivo expiatorio de todos los males que piensa
cometer al anterior en el mando.
Así, solo de chivos
malos nacionales, los españoles tienen
un catálogo interminable: Prfimo Rivera, Alfonso XIII, la República, Franco,
Suárez, Calvo Sotelo, González, Aznar, Zapatero y Rajoy, al que ya se le está
poniendo cara de diablo.
Y a las personas
cándidas, sencillas e ingenua que sabemos que es más fácil obedecer que mandar
y que el que manda se equivoca pero no el que obedece se les ocurre una
pregunta: ¿no será que los españoles, como pueblo, no servimos para mandar,
aunque sirvamos para que nos manden, siempre que no sea uno de los nuestros?
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