Nada tan frívolo en política como esgrimir la
ausencia de oposición como falta de democracia.
Me lo hizo ver hace más de 30 años Porfirio
Muñoz Ledo, ministro de trabajo y reconocido cerebro teórico del presidente
mexicano Luis Echeverría.
Porfirio, hombre de cultura y por
consiguiente sarcástico, me rebatió en una larga sobremesa mi tesis de que el mexicano
no era el sistema democrático que alardeba, por la inexistencia de oposición.
“Nada más inexacto”, me corrigió con sorna, “la
unanimidad de apoyo es prueba de la aceptación general de un régimen, la
democracia perfecta”
Sirve el diagnóstico del ministro mexicano
para rebatir a los que acusan a la dirección del PSOE-Andalucía de antidemocrática
por apoyar a la candidata del aparato a las primarias, entorpeciendo las
candidaturas que se le intentaban oponer.
A Susana Diaz, la candidata designada por el
Partido, la avalan más de la mitad de los militantes andaluces. ¿Puede haber un
consentimiento mayor sobre el acierto de su designación?
Tan profundamente democrático es el aparato
burocrático del PSOE de Andalucía como otros también criticados en el mundo.
¿Disentían los rusos de Lenin o Stalin? ¿Se
oponían abiertamente los que después se declararon perseguidos por Hitler, Mussolini
o Franco?
Declararse valiente a cuerno pasado es un
recurso para igualarse en ese prestigio bárbaro de correr en los Sanfermines.
Pero el gancho romántico de los jóvenes
anglosajones a Pamplona es otra cosa: la imposibilidad de que consumaran carnalmente su amor el
periodista Jake Barnes y la enfermera Brett Ashley, que se enamoraron en la
guerra antes de que una herida dejara impotente a Barnes.
Demostrar la oposición a una dictadura es tan
costoso como revivir la historia de Jake y Brett.
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