Salvo los pocos
que han sabido librarse de la funesta manía de pensar, los humanos solemos
alojar en un mismo cuerpo dos o más personalidades entrecruzadas pero
diferenciadas.
No me
admitieron entre los primeros, por lo que formo parte de los segundos y unas veces
soy ingenuo, otras suspicaz, pocas veces altruista y casi siempre egoísta.
Sentado dentro
de un mismo cuerpo en una mecedora, mi personalidad de aficionado al ciclismo y
y la de turista sedentario, comenzamos a ver la retransmisión de la etapa de la Vuelta a España por televisión.
Como el
recorrido no atravesaba montañas, se impuso mi yo de turista sedentario y me
absorbió la contemplación de las lomas cubiertas de encinares, acebuches, lentiscos,
zarzamoras, jaras y tarajes en anárquica armonía.
Como cada vez
de las muchas que me engolfo en el disfrute de la sierra, evoqué paisajes
similares visitados en Kenia o en los áridos altiplanos de México y me volvieron
a parecer el sitio apropiado para evocar amores que ya solo viven en la memoria,
mientras la agonía todavía no ha abierto paso a la muerte.
Nueva personalidad
surgida de improviso, a propósito de los nombres de ese lugar conocido por Sierra
Morena o Sierra Mariana, y que aprendí como herramienta profesional para hacer
comprender al lector lo que le contaba y por qué era así y no de otra manera:
El franquismo,
a cuya palurdez logramos sobrevivir, enseñaba en las escuelas de por aquí que
se llamaba Sierra Mariana en honor a la Virgen María.
La verdad es
que el nombre es herencia del primer saqueador sistemático de Andalucía, el romano Caio Mario, que se llevó todas
las riquezas del subsuelo.
La televisión
mostró luego la bien ajardinada Sevilla, su tupida red de autovías y arboladas
avenidas, el ancho río y los airosos puentes que lo cruzan, los esbeltos edificios
residenciales, la multitud de glorietas y las maravillas arquitectónicas que
enjoyan Sevilla.
Aparentemente,
se trataba de una ciudad próspera y, en consecuencia, habitada por vecinos
acomodados.
¿Es realmente
así?, se preguntó saliendo de su semisueño la personalidad analítica del
telespectador.
Los datos del
segundo semestre de 2013 sobre población activa cifran en casi el 29 por ciento
los sevillanos en edad de trabajar que están en paro, que llegan al 33 por
ciento en la provincia.
Hay una
evidente contradicción entre el aspecto de prosperidad de la ciudad y el
elevado número de parados de las estadísticas.
Como nativo de
Andalucía, visitante asiduo de la ciudad y provincia y con numerosos familiares
en Sevilla, me atrevo a dar una explicación que seguramente no explique el misterio:
Los sevillanos
y su sanedrín político no son elementos complementarios sino opuestos, que
difieren en la manera de gastar lo que los políticos detraen a los
contribuyentes:
A los primeros
les preocupa lo que Sevilla parece y a los segundos lo que Sevilla es.
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