Si es que
realmente existió alguna vez, ya se perdió en las tinieblas del recuerdo
aquella aparentemente todopoderosa España llena de hidalgos “nini” que ni
trabajaban ni tenían donde caerse muerto.
Como a
aquellos hidalgos a los que les importaba más ocultar que no tenían un mendrugo
que llevarse a la boca que morirse de hambre, ahora se afea más la conducta del que denuncie un delito que al
delincuente.
La madre que
descubre que su hija es “colaboradora eventual retribuida para actividades íntimas
recreativas” no le da la perentoria orden
de que deje esa ancestral profesión, sino la de “que nadie se entere”.
¿Y a qué viene
hablar de hipocresías que encubran la pobreza del burgués o la putez de la niña?
Viene a propósito de las reprimendas que le
hace algún comentarista a los técnicos de hacienda que han denunciado que, no sé
si el gobierno de España o los gobiernos de España, permiten la venta a menor
precio a Gibraltar de productos que después vende Gibraltar de contrabando a
los españoles.
La culpa de la
demostrada ineficacia española para defender sin ayuda de otros sus intereses
en Gibraltar no es, por lo que parece, la resistencia a asumir los sacrificios
necesarios para recuperar el Peñón.
Gibraltar es
lo que sigue siendo y no lo que a los españoles les gustaría que fuera porque
Inglaterra no lo devuelve, porque los gibraltareños le venden a España lo que
los españoles les compran de contrabando y, sobre todo, porque algunos
funcionarios españoles denuncian irregularidades que las autoridades españolas
permiten.
Técnica tan
eficaz para evitar el peligro es negarse a reconocerlo, como la del avestruz que
mete su cabeza debajo del ala.
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