DESDE
QUE EL HOMBRE APRENDIÓ A NO ANDAR
1.-REPARTO, ESCENARIO Y EPOCA
(Con éste primero, empieza
una serie de 18 capítulos que se emitirán lunes miércoles y viernes, hasta que
se acaben)
Conviene centrar, antes de
empezarla, el propósito de esta obra: seguir la evolución del hombre como
sustantivo colectivo de la raza humana, que
engloba a mujeres, hombres, niños, niñas, viejos, viejas, maricas,
tortilleras, tontos, listos y hasta híbridos de todas las variedades
anteriores.
Intentará ser una historia
social del hombre, por lo que ignora su etapa de nomadismo porque el hombre
adquiere condición social cuando tiene domicilio postal y fiscal en el que
localizarlo para que pague lo que se le reclame.
Queda para los zoólogos la
etapa referida a lo que algunos califican de hombres primitivos, y que no eran más que los hippies, zíngaros o
feriantes originales, un escalón por debajo de la especie humana.
Con el sedentarismo,
realmente, comienza la historia de la humanidad porque los nómadas no
permanecían el suficiente tiempo en un mismo lugar como para influir
determinantemente en su transformación y evolución.
Aclarado lo anterior, pasemos al objeto de
ésta historia:
Se inicia en un lugar del que solo se sabe que no
correspondía a lo que fueron territorios del Imperio Romano ni del Oeste
Americano ni de España, lo que nos evita insistir en la guerra civil española,
los gladiadores y los indios, que ya han sido tratados con fidelidad por el
cine.
Después de lo dicho, solo hay
que precisar que este trabajo empieza cuando un hombre vigoroso seguido por una
mujer a la que los partos han envejecido, y media docena de niños, descienden
por la vereda de un escarpado risco, a cuyos pies se extiende una ancha llanura
que se pierde en el horizonte.
Traen con ellos algunas
ovejas, lo que hace pensar que son nómadas dedicados al pastoreo, en busca de
mejores pastos.
A la
derecha de la vereda un rumoroso salto de agua se precipita desde la cumbre y,
unos cientos de metros después de llegar a tierra llana, se remansa en una gran
laguna, cuya contemplación fascina a los caminantes.
Encuentran cobijo en una
honda cueva que descubren al pié del risco y es tan abundante la comida para
sus ovejas, tan conveniente el río que fluye a su lado y del que siempre
consiguen agua que, aunque sin decidirlo expresamente, se asientan en el lugar
cambiando de hecho el atrasado nomadismo por el prometedor sedentarismo.
Fue satisfactorio el tiempo
transcurrido desde que llegaron hasta el momento en que decidieron no seguir su
itinerario de nómadas errantes: encontraron caza abundante e inocente, fácil de
cobrar a pedradas o con el cayado.
Tiempo después, cuando el
rebaño de corderos había triplicado su número, llegó otra familia, de unos 12 miembros, que se
instaló en otra cueva a unos mil pasos de distancia de la suya y supusieron que
habrían descendido al llano por el mismo sendero que ellos.
Vivieron durante años las dos
familias como los protagonistas de las “Vidas paralelas” de Plutarco, aunque
coincidiendo en el tiempo y lugar de sus andanzas.
Aunque no consultaron entre
ellos la decisión, los dos grupos debieron decidir por el mismo tiempo su
decisión de liquidar el poco szerio nomadismo y sentar cabeza en aquel paraje
de clima resguardado y alimentación abundante, pintiparado para el sedentarismo
formal.
Siempre comienza de la misma
manera el entrecruzamiento de dos grupos ajenos : la mujer de uno de los grupos
cruza miradas con un hombre del otro,
uno devuelve el cordero que se ha mezclado con los suyos o los pastores
de las dos familias espantan juntos a lobos o buitres amenazantes.
Aunque no hubiera todavía
intercambio copulativo entre individuos de distinto sexo de los dos grupos, la
población de de la llanura aumentaba sin parar.
”¡Qué barbaridad”, exclamará
escandalizado un defensor de la moral establecida. “¿Insinúa que el abominable
incesto era consentido?”
Ni siquiera lo convencía que los primeros humanos creados
por Dios con el mandato tajante de “crecer y multiplicarse” fueron hombre y
mujer que tuvieron dos hijos varones, por lo que solo podían obedecer a su
Creador haciendo de la necesidad virtud.
Consideraciones morales
aparte, que de hecho no se plantearían
hasta que el ser humano estuvo en condiciones de filosofar después de
solucionar el perentorio problema de alimentarse, lo cierto es que los ex
nómadas y neosedentarios habitantes de la
llanura pasaron a inscribirse en el registro civil de la historia como los
primeros hombres.
De ellos podría decirse lo
que ·”The New York Times” dice de las noticias que
publica: “merece la pena se sepan”.
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