A estos
socialistas que pasan del internacionalismo integrador, ( que se opone al
nacionalismo excluyente), o les faltan principios o les sobra oportunismo.
Tampoco parecen
entender muy bien el federalismo que propugnan, porque el actual estado de las
autonomías lo es, salvo en el nombre.
Porque se llama
federación a la agrupación regulada e institucionalizada de entidades sociales
o regionales relativamente autónomas.
La aproximación
que los socialistas españoles proponen para beneficiarse del voto independentista
catalán es una confederación.
La confederación
es, y los dirigentes socialistas catalanes deberían saber o sus
correligionarios del resto de España deberían hacérselo saber, es la unión
parcial de estados que, conservando sus soberanías, se rigen por algunas leyes
comunes.
Los
nacionalistas catalanes nunca han ocultado que su aspiración es la de estado
confederado con el estado español, una relación en la que ambos conserven sus
soberanías y apliquen leyes acordadas en común.
Exactamente la
que, como parte de la corona de Aragón, había mantenido Castilla con los
territorios pertenecientes a la Corona de Aragón: los reinos de Valencia y
Aragón, el Principado de Cataluña y el Reino de Mallorca.
A todos ellos
los privó Felipe V de las instituciones y los derechos propios, como castigo
por haber apoyado al aspirante austriaco derrotado.
Muy
posiblemente, la supresión de los derechos diferenciadores de las regiones
españolas fue más una oportunidad política aprovechada por el Rey francés que
venganza o castigo por la lealtad que dieron a su adversario.
Los decretos de
nueva planta de Felipe V sirvieron políticamente al nuevo rey para sustituir las
administración estatal diferenciada por regiones de los Austrias, por el
centralismo administrativo de los borbones franceses, definido por la frase “el
estado soy yo” de su abuelo Luis XIV.
Esa dispersión
politico-administrativa, que podría haber tenido sentido cuando todavía se
estaba consolidando la centralización del estado para acabar con el feudalismo,
parece poco oportuna por el creciente internacionalismo económico y político actuales.
Pero ni las
personas ni los estados actúan siempre al dictado de la razón, porque hay veces
en que un sentimiento tan irracional, como la independentismo que divide,
triunfa sobre la interdependencia que une.
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