La
utilización de la pólvora como arma de guerra, que hacía tiempo se había
experimentado como simple curiosidad, comenzó a extenderse a medida que se
inventaban nuevos artefactos con los que impulsar proyectiles.
También
se había perfeccionado la utilización de la caballería para dispersar masas de
infantes, gracias al acorazamiento de las cabalgaduras, al empleo de lanzas y
espadas mejor forjadas y a la táctica de hacer intervenir ejércitos montados en
lugares donde no los esperara el adversario.
Caballos,
armaduras, arcabuces, cañones y las flexibles y resistentes armas de mano eran
escasas y difíciles de conseguir para el poder limitado y subsidiario de los
nobles feudales.
Incapaces
de competir contra ejércitos dotados de esas armas, se plegaron a ante la
capacidad de los reyes de endeudarse, para lo que obligaron a los nobles a que
pagar mayores tributos que, naturalmente, extraían de siervos y burgueses.
La
burguesía era una clase social en pleno auge gracias al incremento del volumen y la riqueza generada
por el comercio y a la profusión del uso de herramientas fabricadas en los
talleres.
Pacificadas
las regiones desde hacía tiempo en conflicto, se multiplicó el número de
ovejas, su lana incrementó la fabricación de tejidos y los excedentes
nacionales se exportaban al extranjero.
Apagado
el brillo del poder en sus feudos, los nobles fueron poco a poco a la Corte del Rey con la esperanza de ganarse su favor
e incrementar así su influencia en todo el reino.
Los
pocos y débiles adversarios que quedaban a los reyes en sus territorios no eran
dignos de su atención, por lo que pretextaron intereses nacionales generados
por matrimonios con princesas de otros reinos para darle dimensión
internacional a su indiscutida hegemonía nacional.
Ese
recurso a la guerra generado por compromisos dinásticos sirvió a los reyes
europeos durante cinco siglos para pelear entre ellos, con el único costo de la
muerte de súbditos de los contendientes.
También
se empeñaron algunos en una rivalidad por extender sus dominios a lugares
desconocidos e incrementar su poder con riquezas que sus descubridores
encontraran.
Los
navegantes portugueses insistieron sistemáticamente en navegar hacia el sur
hasta abrir una nueva ruta para traer especias de la India, llegadas
irregularmente y a alto precio en caravanas a los puertos del Mediterráneo
Oriental.
La
reina de Castilla promovió el envió de tres barcos hacia el Oeste para
encontrar una vía más corta a la
India, y se topó con América, que en los siguientes siglos
envió riquezas a España, para que sus reyes pagaran guerras en Europa que
interesaban a sus parientes alemanes.
Los
descubrimientos de los navegantes pagados por los reyes europeos con los
tributos que obligaban a pagar a sus súbditos sirvieron de poco provecho a los
pueblos de sus paises.
A
la larga, las especias de la
India las prohibieron los médicos porque producían ardores y
molestias estomacales, la
América que descubrieron los españoles llegó a producir
mujeres hermosas y dictadores sanguinarios y el Norte de América produjo lo que
más ansiaba la Humanidad:
películas de vaqueros heroicos contra indios arteros de caballos corriendo
caballos detrás de caballos y de coches detrás de coches.
También
se debe a América del Norte el embeleso de bailar el boogi-boogi.
Si se hiciera la cuenta ahora de lo que los descubrimientos aportaron a la humanidad,
puede que tengan razón de queja los mestizos resultantes de aquel encuentro de
civilizaciones: los europeos debieron quedarse en sus paises y dejar que se las
apañaran por su cuenta los pobladores de las tierras descubiertas.
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