Esas son las dos herramientas, separadas y
sin mezclarlas, imprescindibles para que cualquier medio de comunicación pueda ofrecer el servicio que justifica su difusión: darle elementos neutrales de información
para que, libremente, el que lo oiga, vea o lea pueda llegar a una opinión personal.
Si la información y la opinión caben en un
medio editado de buena fé, mezclar opinión e información en un solo texto, sin
advertir claramente qué es información y qué opinión, solo sirve para torcer la
libertad de opinión.
Deja de disfrazarse de medio de comunicación
para transformarse en una herramienta de propaganda política, social, religiosa,
cultural o ideológica del responsable de su edición y difusión.
Todos los periódicos, revistas, emisoras de
radio y televisión y cualquier otro instrumento para acceder a la opinión pública
pueden degenerar en instrumentos de propaganda.
En España siempre lo han sido, lo siguen siendo y no
hay ni uno que pueda proclamarse inocente de no tender esa trampa a quienes
acceden a esos medios.
Sobrarían ejemplos para demostrarlo pero
baste con el que acaba de inspirarme este comentario: una información que aparece
en la edición digital de El Pais de este jueves, 28 de noviembre:
“Un
autobús con desagradables mensajes contrarios al aborto recorre Madrid”.
Evidentemente, desde su libre interpretación
de lo horrible y lo sublime, el que ha titulado la noticia, sin mencionar a quiénes
de los que vieron los mensajes les parecía horrible y a quienes, no o no tanto,
decidió por su cuenta prejuzgar en nombre de los lectores, lo que los mensajes
le sugerían.
Consecuencia, predispone al
lector a que los mensajes, que no le han llegado ni ha podido apreciar, les
parezcan dignos de no ser vistos.
Se llama objetividad y respeto a la libertad
individual a esas insignificantes minucias. Pero, sin ellas, ni se respeta a
los demás ni se les concede el derecho de opinar por su cuenta.
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