La
Navidad que celebra el nacimiento de Cristo ya
se festejaba desde antes del cristianismo,
posiblemente a partir de que el hombre tuviera conciencia de que la Tierra que
ocupa forma parte del universo en el que está integrada.
Era
esa interrelación entre la tierra y el universo la que marcaba el solsticio de
invierno o de diciembre.
Era
el momento, alrededor del 21 del actual diciembre, en que era más larga la
noche y el sol alumbraba durante menos tiempo el hemisferio norte.
A
partir de ese día aumentaba paulatinamente el tiempo en que la luz solar daba
su luz y calor.
El
solsticio de invierno marcaba, pues, el renacimiento del sol después de meses
de agonía.
En
el hemisferio sur, el solsticio de diciembre marca la noche más corta y el día
más lago.
Celtas
y romanos antes de Cristo, como sus descendientes cristianos después, festejaban de forma similar el solsticio de
invierno, que presagiaba el renacimiento del sol o el nacimiento de Cristo: encendiendo
fogatas o iluminando profusamente las calles con luces eléctricas.
Nada
cambia, excepto el nombre que se dé al cambio.
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