viernes, 11 de abril de 2014

LA HONRADEZ

Honradez es una cualidad personal de quien, en pensamiento y hechos actúa de forma recta, justa e íntegra.
La honradez,  virtud que destacan como básica en sus gestiones políticas los tres alcaldes socialistas que han regido Palma del Río desde que terminó la Dictadura,  es imprescindible, pero no suficiente, para una gestión adecuada de los asuntos públicos.
Puede que López Maraver, Blanco Rubio y Ruiz Almenaran no hayan metido en sus bolsillos ni un duro del dinero que manejaban y no les pertenecía, a lo que los obligaba su condición de ciudadanos y su responsabilidad de alcaldes, y no por eso su gestión de los intereses municipales haya sido acertada.
Si la honestidad fuera garantía suficiente de eficacia política, nómbrense para ejercer cargos públicos a los legos porteros de los conventos de frailes, de honradez obligatoria por falta de oportunidades para perderla.
Puede que haya circunstancias en las que la honradez personal sea un defecto en un gestor de asuntos públicos más perjudicial para los ciudadanos que su enriquecimiento ilícito.
Si algún alcalde emplea dinero público en, por ejemplo, edificar costosos palacios de congresos, observatorios donde nadie tiene curiosidad por observar, modernas facilidades para empresas que puedan o no constituirse o remodelar plazas en vecindarios sin vecinos, más le valdría al contribuyente que se hubiera quedado con los fondos empleados.
Así, al menos, no hipotecaría el futuro de los contribuyentes obligándolos a destinar recursos económicos para su mantenimiento, y modernización hasta que la implacable erosión del tiempo los reduzca a ruinas.
De la honestidad que se presupone a todo el que se ofrezca a gestionar asuntos públicos puede alardear en Palma del Río solamente el Partido Socialista porque los votantes no han dado oportunidad todavía a los demás partidos para que lo hagan.
Y en eso sí hay que reconocer abiertamente la habilidad del PSOE.  
La inesperada buena racha de la marca PSOE comenzó gracias a la campaña publicitaria que lanzó en el suburbio parisino de Suresnes, 40 años después de que tuvieran que cerrar su fábrica en España.
Los socialistas españoles, retirados del mercado por un tolerante rival llamado franquismo, se percataron de que la muerte del fundador y propietario del producto rival, Franco, les abría las puertas de los consumidores.
Montaron, pues, con la indispensable ayuda de los socialistas del extranjero, que seguían colocando su mercancía en Europa y más allá, una nueva factoría en España.
Aprovecharon además su acierto táctico durante el monopolio franquista de inhibirse y hasta colaborar, sin caer en el error de otras empresas también arruinadas, que promovieron una guerra abierta contra Franco.
Y el consumidor español, que  captó en el PSOE aromas del franquismo al que estaba acostumbrado pero endulzado con una desconocida fragancia que provoca la adicción del que la consume y que se llama democracia, hizo colas para apuntarse.
Desde la implantación de ésta democracia peculiar española, el PSOE gobierna sin interrupción en Palma y sus tres representantes comerciales, López, Blanco y Ruiz, han conseguido monopolizar las preferencias del mercado para su marca.

Cuando, y si los electores se deciden a probar otras, se sabrá si también la marca PSOE es la mejor. 

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