Honradez es una cualidad
personal de quien, en pensamiento y hechos actúa de forma recta, justa e
íntegra.
La
honradez, virtud que destacan como
básica en sus gestiones políticas los tres alcaldes socialistas que han regido
Palma del Río desde que terminó la Dictadura,
es imprescindible, pero no suficiente, para una gestión adecuada de los
asuntos públicos.
Puede que
López Maraver, Blanco Rubio y Ruiz Almenaran no hayan metido en sus bolsillos
ni un duro del dinero que manejaban y no les pertenecía, a lo que los obligaba
su condición de ciudadanos y su responsabilidad de alcaldes, y no por eso su
gestión de los intereses municipales haya sido acertada.
Si la
honestidad fuera garantía suficiente de eficacia política, nómbrense para
ejercer cargos públicos a los legos porteros de los conventos de frailes, de
honradez obligatoria por falta de oportunidades para perderla.
Puede que haya
circunstancias en las que la honradez personal sea un defecto en un gestor de
asuntos públicos más perjudicial para los ciudadanos que su enriquecimiento
ilícito.
Si algún
alcalde emplea dinero público en, por ejemplo, edificar costosos palacios de
congresos, observatorios donde nadie tiene curiosidad por observar, modernas
facilidades para empresas que puedan o no constituirse o remodelar plazas en
vecindarios sin vecinos, más le valdría al contribuyente que se hubiera quedado
con los fondos empleados.
Así, al menos,
no hipotecaría el futuro de los contribuyentes obligándolos a destinar recursos
económicos para su mantenimiento, y modernización hasta que la implacable
erosión del tiempo los reduzca a ruinas.
De la
honestidad que se presupone a todo el que se ofrezca a gestionar asuntos
públicos puede alardear en Palma del Río solamente el Partido Socialista porque
los votantes no han dado oportunidad todavía a los demás partidos para que lo
hagan.
Y en eso sí
hay que reconocer abiertamente la habilidad del PSOE.
La inesperada
buena racha de la marca PSOE comenzó gracias a la campaña publicitaria que
lanzó en el suburbio parisino de Suresnes, 40 años después de que tuvieran que
cerrar su fábrica en España.
Los socialistas
españoles, retirados del mercado por un tolerante rival llamado franquismo, se
percataron de que la muerte del fundador y propietario del producto rival,
Franco, les abría las puertas de los consumidores.
Montaron,
pues, con la indispensable ayuda de los socialistas del extranjero, que seguían
colocando su mercancía en Europa y más allá, una nueva factoría en España.
Aprovecharon
además su acierto táctico durante el monopolio franquista de inhibirse y hasta
colaborar, sin caer en el error de otras empresas también arruinadas, que
promovieron una guerra abierta contra Franco.
Y el
consumidor español, que captó en el PSOE
aromas del franquismo al que estaba acostumbrado pero endulzado con una
desconocida fragancia que provoca la adicción del que la consume y que se llama
democracia, hizo colas para apuntarse.
Desde la
implantación de ésta democracia peculiar española, el PSOE gobierna sin
interrupción en Palma y sus tres representantes comerciales, López, Blanco y
Ruiz, han conseguido monopolizar las preferencias del mercado para su marca.
Cuando, y si
los electores se deciden a probar otras, se sabrá si también la marca PSOE es
la mejor.
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