El inspirador de
PODEMOS Pablo Iglesias, como los revolucionarios que lo antecedieron y a los que pretende
suceder, promete a los de clase social inferior a la suya librarlos de la tiranía para, si triunfa, someterlos a
una tiranía peor.
Todas las revoluciones
se predicaron para librar a la humanidad, a los pueblos o a una clase social
descontenta, del abuso al que se sentían sometidos.
Así fue como el
cristianismo prejerarquizado, los ilustrados, socialistas, comunistas fascistas
y nazis crearon sus propias castas, que reemplazaron a las barridas por sus
revoluciones.
El franquismo,
imitación cutre y cuartelera maquillada de nazifascismo asotanado, fue
contrarrevolucionario por su propia incapacidad de generar una revolución.
El cristianismo
propuso el amor como motor que reemplazara al odio y a la lucha por el poder.
En cuanto el
emperador de Roma se convirtió al cristianismo, la alianza de poder civil y
poder religioso representado por el Papa, se hizo políticamente beneficiosa.
Casi siempre aliados, papado y primero emperadores y luego reyes, se
repartieron las dos caras (militar-política y ética-religiosa) del Poder.
La revolución
cristiana se autodomesticó y originó una casta
que duró 15 siglos.
La sucedió la
casta de los ilustrados, que proponía reemplazar la fé por el conocimiento como
herramienta para la toma de decisiones gubernamentales y sustituyó en el poder
a la casta aristocrática, descendientes de quienes fueron poderosos por hechos
de armas.
La
burguesía—hombres de extracción social baja que gracias a su talento y pericia
en los negocios surgió como clase dominante,-- concentró la ira de quienes los
culpaban de haberse enriquecido gracias a la explotación a que sometían a los
que trabajaban para ellos.
Socialistas
primero y comunistas más tarde dirigieron hacia esos burgueses la ira de los
asalariados en sus campos, minas y talleres-fábricas.
Desde la primera a la que todavía se esté
gestando, todos los que secundan a los revolucionarios saben que sus promesas
son imposibles de cumplir aunque la insatisfacción por no recibir lo que los
gobernantes les habían prometido los hace dudar si las utopias que les anuncian
serán o no más falsas que las de los que gobiernan.
La llegada al
poder a través del engaño a una masa electoral mediocrizada por el sufragio
universal (que otorga el mismo poder de decisión al prudente y al ignorante) ,
facilita el triunfo de las revoluciones, sin necesidad de recurrir a la
violencia física.
Pablo Iglesias solo
necesita el descaro y la osadía de prometer lo que la mayoría de los votantes
quiere que les prometan para que su movimiento revolucione la política
española, hasta ahora dominada por líderes que solo han prometido lo que
parecía posible, pero no imposible, y que en ningún caso cumplieron lo poco que
prometieron.
Intentar
rectificar la tentación de los votantes de PODEMOS desprestigiando ideológicamente a sus
dirigentes o proponiendo contradicciones entre sus promesas y sus vidas
particulares será contraproducente.
Los votantes
deciden el sentido de su voto guiados por su corazón (simpatía-antipatía) más
que por sus programas, que muy pocos conocen y muchos menos tienen capacidad de
juzgar con acierto).
En éste tan
aparentemente racional sistema de dotarse de gobernantes que es la llamada
democracia (confundiendo la utopía con el sistema de alcanzarla), en la
decisión del elector predomina el aspecto físico del candidato, su capacidad
dialéctica, procedencia regional, la adustez de su carácter o la simpatía de su
sonrisa.
En definitiva,
que este sistema absurdo lo es porque no está hecho para el ser humano, en el
que los instintos siguen predominando sobre la razón y al que los tres impulsos
que lo siguen moviendo son el sexo, el
estómago y alcanzar una posición de poder.
Y, que se dejen de
tonterías los ingenuos, la envidia es el mejor estímulo para que la humanidad
progrese.
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