Todos los que se presentan a alguna elección para un cargo
bien pagado dicen que lo hacen porque está convencido de que las ideas que propone
mejorarían a la sociedad.
Como es
lógico, por lo tanto, se ofende si alguien lo acusa de que sus ideas son únicamente
una herramienta para su propio bienestar y satisfacción.
Un suponer: un
Partido político en la oposición, como lo era el Popular hasta hace tres años,
detecta la miseria ética en que ha sumido a la sociedad la ley del aborto en
vigor y anuncia que, si llega al poder, la cambiará para proteger a las
principales víctimas de esas prácticas, los no nacidos y, por lo tanto, no
votantes.
Y siguió ese
partido firmemente comprometido en que cumpliría su promesa electoral, aunque
retrasando periódicamente los trámites para iniciar legalmente el proceso.
Ahora parece
que el Partido Popular se lo ha pensado mejor y ha llegado a la conclusión de
que ninguna convicción ética merece que,
por hacerla realidad, pierda el poder.
Es lógico
porque los posibles beneficiarios de la modificación de la ley abortista
prometida por el PP solo podrían agradecérselo con sus votos no antes de 19
años y los-las que lo castigarían no votándolos ya participarán en las próximas
elecciones.
Y así funciona
y siempre ha funcionado el Poder, cualquiera que sea su apellido (electo,
impuesto o heredado).
El que manda sólo
tiene interés en mandar el mayor tiempo posible, de la manera más absoluta que
pueda y, para ello, quitar de en medio al que lo contradiga o se pueda atrever
en el futuro a contradecirlo.
Así, si
modificar la ley del aborto creyó el Partido Popular que podía ayudarlo a
alcanzar el Poder, prometió modificarla y si ahora teme que hacer realidad la ley
puede costarle el poder, se olvida de su promesa .
Esa es la
ética del PODER. Tan lícito es hacer todo lo que haga falta para conseguirlo como
no hacer nada que pueda contribuir a perderlo.
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