Don
Jacinto Benavente, segundo autor teatral español premiado con el Nóbel de
Literatura, gozó de la popularidad que su fama le dio desde que estrenó “Los
intereses creados”.
De inclinaciones
sexuales ambiguas, causaba furor entre las esposas de laboriosos menestrales que habían ascendido
a ensombreradas señoras de industriales prósperos.
Acosado en un salón por una bandada de esas
admiradoras que le pedían que les dijera algo, Don Jacinto se excusó: “no me
gusta”, dijo, “hablar a tontas y a locas”.
Tiene más de un siglo, por lo tanto, esa
autosuficiencia parlanchina para disfrazar la ignorancia, que consiste en hablar
demasiado de lo que se entiende demasiado poco.
Va ya para cuarenta años que los españoles
saben más que nadie de lo que hasta entonces no les preocupaba ni sospechaban
que existiera: democracia, derechos humanos, partidos políticos, ideologías
progresistas o corrupción política.
Hace ya cuarenta años que la España de toros, vino y
bandoleros se ha hecho el país que de todo sabe, principalmente de lo que menos
entienda.
Aquí hay dos cuestiones que centran la
preocupación nacional: la política y el fútbol, asuntos ambos de los que se
puede hablar durante toda una vida sin entender ni pizca de ninguno de ellos.
Esta es la España postfranquista,
hasta entonces tierra de toros, flamenco, vino, mujeres y bandoleros y, desde
qu Franco se fue tan en paz como en conflicto nos dejó, país de cotorras.
Cotorrear es un útil verbo de extendido uso
en Hispanoaméerica, donde se habla el más variado, preciso y rico español de
hoy.
Cotorrear es hablar incansablemente sin
saber de qué se habla ni para qué, con el único propósito del placer
de escuchar el sonido de la propia voz.
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