Un día aciago de 1951 se firmó en París el
tratado CECA, que comprometía a Francia, Italia, Alemania, Holanda, Bélgica y
Luxemburgo a intercambiar libre y pacíficamente el carbón y el acero.
Originó la Comunidad Económica
Europea, una modalidad de relación entre tradicionales enemigos en permanente
guerra civil, que impulsó a las potencias europeas a civilizar el mundo.
Antes de ese tratado de 1951, la guerra en
campos de batalla o en lechos nupciales era el mecanismo habitual para alianzas
transitorias entre naciones europeas, enemigas entre sí por naturaleza.
Seis años antes de que firmaran el tratado
sobre el carbón y el acero, una Europa a medias derrotada y en conjunto
arruinada había cedido a los Estados Unidos y Rusia el control sobre paises y
riquezas mundiales que había monopolizado.
Una nueva potencia mundial, China, ha
desplazado también a Europa de la influencia global tradicionalmente europea
cuando sus naciones cimentaban su relación en la guerra y no en el comercio.
El referéndum de secesión de Escocia, 63 años
después de haber cambiado la espada por la calculadora, podría abrir hoy una
puerta a la esperanza en una Europa naturalmente fratricida y belicosa.
Al fin y al cabo, siempre fue la guerra el
más eficaz motor para el desarrollo tecnológico, médico y social del hombre.
Sin la guerra de secesión americana hubiera
continuado la esclavitud, las mujeres se
independizaron del hombre gracias a la primera guerra mundial y, por la
escasez de mano de obra blanca en las regiones industriales, los negros
pudieron emigrar del campo a las ciudades.
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