Cuentan, admiran, ponderan y envidian el
perfecto trazado, la limpieza de perfiles y la sabia mezcla de colores de la V que ayer formaron en las
calles de Barcelona decenas, cientos, miles, millones de catalanes.
Todos los
observadores, incluidos los que la observaron desde el cielo, coinciden en que
esa uve humana quedó monísima.
Por eso, es
obligado felicitar a los que inspiraron, organizaron y colaboraron para que resultara
tan vistosa la brillante idea.
Faltó, se
quejan algunos, la festiva erección de un par de centenares de castellets pero
están de acuerdo en que la suelta de correbous, los toros de fuego, habría sido
inoportuna porque hubieran podido decir los españoles que el acto olió a cuerno
quemado.
Algunos de los
organizadores de la magistral demostración de cómo formar una V humana se han
regocijado del poco entusiasmo que fuera de Cataluña ha suscitado el logro.
“Pura envidia”—explicó
el inspirador de la idea de formar una V humana—“algo que requiere seriedad,
sentido común y espíritu colectivo solo está al alcance de catalanes”.
Lo decía mientras
se limpiaba en la barretina la grasa de las butifarras que estaba engullendo.
Hablaba desde
la terraza de un restaurante del puerto. Entusiasmado por el éxito indudable de
la V , se puso en pié,
miró hacia el oeste, donde empieza el mundo de fuera de Cataluña y murmuró con
voz ronca: “se van a enterar”.
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