Hace años, ya
pasó siete en la cárcel por abusar sexualmente de una niña y, ahora,lo acusan
de varios otros delitos similares.
Volverá a la
cárcel en la que, sin las tentaciones que espoleen su instinto, no tendrá
ocasión de delinquir hasta que recupere la libertad que le permita recaer en su
demostrada incapacidad de resistir al deseo antinatural de abusar de una niña.
Como los siete
años que ya cumplió, cumplirá los años a que ahora lo condenen sin obligación
de trabajar, alojado, alimentado, protegido y tratado médicamente a costa de
los impuestos de las personas decentes capaces de controlar sus instintos.
Sin una
intervención médica que inhiba su torcido instinto o lo prive de capacidad para
satisfacerlo, será una amenaza siempre que viva en libertad.
La decisión la
tiene esta sociedad acomplejada e incapaz de afrontar los problemas en toda su
crudeza:
a)
Alojarlo, alimentarlo, cuidarlo y protegerlo aislado
hasta que muera de muerte natural, o
b)
Acelerar el momento de su muerte.
Y no vale lo de decir que no se puede privar de la vida
a un ser humano. Los individuos así no lo son.
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