A los que se
sometieron al sistemático lavado de cerebro franquista para que amaran por
encima de todo a la Patria,
la Religión
y la Familia,
el llanto de Oriol Junqueras ha debido retrotraerlos a los tiempos siempre
felices de su cándida infancia.
El tartamudeo
del esfuerzo por retener las lágrimas del independentista catalán evidenciaba a
un político que, al contrario que a los demás de su pelaje, lo motiva algo más
elevado que mangonear a sus semejantes.
Pero el
llanto, como cualquier otra expresión sentimental que deje al descubierto que
el hombre tiene alma, está mal visto en los españoles modernos.
Lo que ahora les
importan por encima de todo es reclamar sus derechos, eludir sus deberes y
ganar mientras más mejor con el menor esfuerzo posible.
Oriol Junqueras
es un noble dinosaurio superviviente en esta fauna de híbridos de laboratorio
fabricados para ganar cada vez más y fundir su individualidad con las del resto
de una masa informe.
Todos iguales,
con idéntico propósito vital utilitario y solo conscientes de su obligación de
producir y consumir para que ese mundo alienado de sentimientos nobles no se
contamine con deseos no rentables.
Por eso,
porque no conciben que alguien pueda llorar porque se desvanece el romanticismo
de su ideal, los pragmáticos neoespañoles se parten de risa.
Oriol
Junquera me trajo a la memoria´, con su llanto por la Patria perdida, el noble sentimiento
patriótico que a los niños españoles nos infundió el franquismo.
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