“Yo tenia en mi
rebaño
una cordera
de tanto
acariciarla
se volvió
fiera”.
A la cordera de la letra de esa serrana, para
mi propósito didáctico, la voy a llamar Cataluña, la más garrida y lustrosa de
las 17 de ese rebaño que es España.
La oveja
Cataluña, sabía que era hermosa y aprendió a utilizar su hermosura para que el
pastor hiciera la vista gorda si decidía ser más díscola que las demás: se
empeñaba en seguir su propia ruta, se negaba a comer las mismas hierbas e intentaba permanentemente separarse del rebaño.
El pastor, cuando
su oveja preferida transgredía las normas válidas para todas, disimulaba la
rebeldía, intensificaba sus caricias y cada vez era más indulgente con la
insurrecta.
La oveja
preferida del pastor, que era rebelde pero no era tonta, o que no era tonta
porque era rebelde, decidió poner pié en pared: dijo que seguiría su propio
camino y ni las caricias del pastor, ni el ladrido de sus perros, ni las
advertencias de que si se apartaba de las otras se la comería el lobo la
disuadieron.
La
intransigencia de la oveja a formar parte del rebaño generó reacciones variadas
entre sus hasta entonces compañeras:
1.- las más
prudentes (o serviles), aconsejaron dialogar con la rebelde para concertar con
ella un camino intermedio entre el que ella exigía seguir y el trazado de
antemano por el pastor.
2.-Otras,
molestas por la discriminación del pastor a favor de la rebelde y envidiosas
porque no habían sido ellas las distinguidas, exigieron que la dejaran ir por
donde quisiera para que se la comiera el lobo.
3.-Las tres o
cuatro que se habían ganado fama de ponderadas, sensatas y juiciosas fueron las
que impusieron su criterio: negociar sin prisas con la díscola para, con
paciencia y generosidad, reanudar las conversaciones hasta llegar a un acuerdo aceptable
para todos.
Como es lógico,
se impuso la sensata recomendación de las ponderadas y comenzaron a tantear sin
prisas la disponibilidad al diálogo de la rebelde.
Tan sin prisas
que los lobos de las vecindades tuvieron tiempo de concertar reunirse en una
sola jauría para atacar todos juntos a las ovejas.
Mientras los
intermediarios con la rebelde iban y venían, una oscura noche de otoño cayó
sobre ellas la manada de lobos y se comieron a todas las ovejas, a su pastor, a
los perros del pastor y hasta al cacho de queso y el pan duro que el pastor
llevaba en su quincana.
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