El
patriota catalán Oriol Junqueras, al que se le quebró la voz y apenas pudo
contener el llanto cuando comprobó que se aplazaba la independencia de Cataluña
que creía inminente, compartió mantel y tertulia con una familia sevillana. Lo
recogió un programa de televisión y lo que dijo Junqueras y cómo lo dijo me
trajo a la memoria un texto casi olvidado.
Era “La
gaita y la lira”, que firmado por el poeta José Antonio Primo de Rivera publicó
FE el 11-enero- 1934 y que decía:
¡Cómo tira de nosotros! Ningún aire nos parece tan fino como el de nuestra tierra; ningún césped más tierno que el suyo; ninguna música comparable a la de sus arroyos. Pero… ¿no hay en esa succión de la tierra una venenosa sensualidad? Tiene algo de fluido físico, orgánico, casi de calidad vegetal, como si nos prendieran a la tierra sutiles raíces. Es la clase de amor que invita a disolverse. A ablandarse. A llorar. El que se diluye en melancolía cuando plañe la gaita. Amor que se abriga y se repliega más cada vez hacia la mayor intimidad; de la comarca al valle nativo; del valle al remanso donde la casa ancestral se refleja; del remanso a la casa; de la casa al rincón de los recuerdos.
Todo eso es muy dulce, como un dulce
vino. Pero también, como en el vino, se esconden en esa dulzura
embriaguez e indolencia.
A tal manera de amar, ¿puede llamarse
patriotismo? Si el patriotismo fuera la ternura afectiva, no
sería el mejor de los humanos amores. Los hombres cederían en
patriotismo a las plantas, que les ganan en apego a la tierra.
No puede ser llamado patriotismo lo primero que en nuestro
espíritu hallamos a mano. Es elemental impregnación en lo
telúrico. Tiene que ser, para que gane la mejor calidad, lo que esté
cabalmente al otro extremo, lo más difícil; lo más depurado de
gangas terrenas; lo más agudo y limpio de contornos; lo más
invariable. Es decir, tiene que clavar sus puntales, no en lo sensible, sino en lo intelectual.
Bien está que bebamos el vino dulce de
la gaita, pero sin entregarle nuestros secretos. Todo lo que es
sensual dura poco. Miles y miles de primaveras se han marchitado,
y aún dos y dos siguen sumando cuatro, como desde el origen de la
creación. No plantemos nuestros amores esenciales en el césped
que ha visto marchitar tantas primaveras; tendámoslos, como
líneas sin peso y sin volumen, hacia el ámbito eterno donde cantan
los números su canción exacta.
La canción que mide la lira, rica en empresas porque es sabia en números.
* * *
Así, pues, no veamos en la patria el arroyo y el césped, la canción y la gaita; veamos un destino, una empresa. La patria
es aquello que, en el mundo, configuró una empresa colectiva.
Sin empresa no hay patria; sin la presencia de la fe en un destino
común, todo se disuelve en comarcas nativas, en sabores y colores
locales. Calla la lira y suena la gaita. Ya no hay razón –si no
es, por ejemplo, de subalterna condición económica– para que
cada valle siga unido al vecino. Enmudecen los números de los
imperios –geometría y arquitectura– para que silben su llamada los
genios de la disgregación, que se esconden bajo los hongos de
cada aldea.
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