Ese
sentimiento enajenante conocido por amor ha inspirado más páginas literarias
que su contrario que no es el odio, sino la indiferencia.
Sorprende por
eso que ni uno solo de los cien millones de españoles que han opinado con
palabras o por escrito sobre Cristina de Borbón hayan invocado el embeleso
amoroso por su marido como justificación de sus veleidades fiscales.
Sin embargo,
es evidente que ese fue el móvil que arrastró a la princesa al tenebroso mundo en
el que termina la legalidad.
¿No valen
ahora los mensajes que durante generaciones se han implantado en los corazones
de las niñas de que es el amor el motor
y objetivo de sus actos?
Porque, por lo
que hemos leído y escuchado, el amor es conjunción de almas de hombre y mujer
que desemboca en la fusión de sus cuerpos y que, en el caso de las princesas, fructifica
en adorables princesitos.
Hasta
amores oscuros como el que don Juan urdió para seducir a Doña Inés y
arrastrarla a la perdición se han exaltado como consecuencias fatales de la supremacía
de la pasión sobre la razón.
El amor, aunque ahora se haya subvertido el
orden de sus expresiones, sigue siendo junto a la envidia la fuerza que empuja
a la humanidad al futuro.
Llegará el día en que, olvidados estos tiempos
de relativismo materialista, algún poeta ponga como el de Iñaki y Cristina como
ejemplo de amor que vence a las leyes, las normas y los prejuicios.
Héroes del romanticismo futuro que prefieren el
infierno juntos al cielo separados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario