Eso de que los políticos
roben y se queden con parte del dinero público que manejan parece la más grave
amenaza contra los españoles que no tenemos oportunidad de robar.
Eso es discutible: si lo que roban lo dejan en España para que
siga engrasando la maquinaria económica nacional no es ni malo ni bueno porque,
¿qué mas le da al que no tiene un duro que los ricos sean hijos de ricos o
nuevos ricos enriquecidos en la política?
Pero, si lo que roba en España se lo lleva a otro país para que
cree allí la riqueza que debería crear en España, el que lo haga debería ser
fieramente castigado: se le impediría a perpetuidad ver Tele5 y se le
condenaría a aprenderse los programas del Tiempo de TVE 1.
Hay analistas del devenir nacional que están investigando la
posibilidad de que esa tozuda insistencia en culpar de todos los males a esa
inmemorial práctica humana de apropiarse de lo que no es suyo encubra peores
amenazas.
Por ejemplo, la indefensión de los españoles frente a la amenaza
de que extranjeros de todo el mundo, envidiosos de la alegría, la semana santa,
el fútbol y los chipirones en su tinta invadan España y se queden aquí.
Antes de que Aznar sustituyera el patriotismo del servicio
militar obligatorio por el carácter mercenario de los contratados para la
defensa interior y exterior, esa amenaza no existía porque lo impedía el ardor
patriótico de soldados y policías.
Pero, ¿defienden ahora los policías y soldados la seguridad
interior y la inviolabilidad de nuestras fronteras, o defienden el sueldo que
les pagan por hacerlo?
La fidelidad al sentimiento patriótico de Agustina de Aragón o Mendez Nuñez no la pudieron comprar
franceses ni peruanos pero, ¿ y la del que cobra un sueldo por jugarse la vida?
Puede que una oferta salarial superior a la que están
percibiendo por defender las fronteras y los derechos españoles haga cambiar
voluntades.
“Dádivas quebrantan peñas” decía el dicho antiguo que, traducido
al idioma de hoy significa: “el que paga manda”.
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