“La barbarie
terrorista no acabará con la libertad”, desafió Francois Hollande a los terroristas islámicos que
asesinaron a doce personas en un semanario de París.
No le falta
razón al presidente francés porque no es el terrorismo islámico, sino la cobardía
de no combatirlo con todas las armas, lo que lo convierte en amenaza para los
no musulmanes.
El islamismo
contó para su expansión desde el primer momento con la violencia contra los que
se resistían a abrazar su creencia y el Islam está en permanente revisión para
impedir su evolución a la tolerancia, que limite su fanatismo original.
El Islam se
diluye periódicamente en algunos países en los que la molicie y el bienestar de
los creyentes los inclina a la tolerancia pero su esencia como religión intransigentemente
monoteísta implica que la adoración al Dios único, si se extiende a otros o se comparte
con otros, priva a Dios de una parte de lo que a Ël solo le pertenece.
La prohibición
que impone a los creyentes de no representar al Dios conceptual con figuras reconocibles
eleva a la divinidad fuera del alcance de los hombres, que perciben las ideas a
través de los sentidos.
Así era también
en el judaísmo original, que definía a Dios como “el que es” y que como el islamismo,
prohibía la alusión o representación de la divinidad con figuras tangibles.
Nació el Islam
obligando por la fuerza a los no musulmanes a abrazar su fe, mientras que el cristianismo
se extendió porque sus partidarios estaban dispuestos a morir antes que renegar
de su fé.
Todas las
invasiones que los musulmanes sufrieron en la España que ocupaban fueron de seguidores
de algún morabito ascético norteafricano, que pretendían restablecer la práctica
de su fe entre los correligionarios a los que la molicie había degenerado.
Periódicamente
se ha regenerado el Islam obligando a los fieles, que con el bienestar habían
caído en la relajación, por medio de movimientos similares a los que ahora han
emprendido los del califato islámico.
Cuentan los
regeneradores con un factor decisivo: la ausencia de jerarquía en su religión porque el imán que arrastra devotos es el que interpreta
más literalmente el Corán, el texto que Dios inspiró a Mahoma y en el que se manda
que impongan su religión a todos los que no la profesen.
La expansión del Islam que agita ahora al mundo, sea o no
musulmán, sigue la misma ruta que otros
movimientos regeneradores siguieron.
En el siglo
XVIII, más o menos coincidiendo con la época en que la Ilustración cambió en el
mundo cristiano la fé por la razón como motor de las decisiones gubernamentales,
los árabes Wahad y Saud iniciaron una campaña regeneradora del Islam que arrasó
la vivienda de Mahoma.
El respeto y
culto al profeta Mahoma oscurecía la adoración a Alá, el único Dios, merecedor
de toda la obediencia de los hombres.
Ignorar la
amenaza del integrismo islámico actual es lo más cómodo para los gobernantes de
los países por los que se está extendiendo pero puede tener una consecuencia
nefasta: que cuando acepten como cierto lo que es verdad , ya sea demasiado tarde
para salvar lo que se haya perdido.
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