Hay que ver el
derroche de ingenio con que condenan en todo el mundo el asesinato de doce
empleados de un semanario satírico francés.
No sería
extraño que, abrumados por la reacción contra el atentado y sus autores, los
terroristas y sus correligionarios renuncien al mandato de su religión de
imponerla a todos los hombres por todos los medios.
El atentado
podría cambiar el mundo que, hasta el siete de Enero de 2015, ha vivido y sufrido
la humanidad: en todos los países en los que los correligionarios de los
terroristas son mayoría, se podrán predicar libremente otras religiones y
levantar lugares públicos de culto.
La persuasión y
el análisis desapasionado de los fundamentos de todas las religiones se
emplearán para propagarlas, en vez de la fuerza, la amenaza y la tortura.
No habrá que
recurrir a la violencia por parte de los países en los que los terroristas
hayan causado víctimas porque la ironía de las condenas a lo de París han
sonrojado hasta la parálisis a los correligionarios de los asesinos (la última
palabra me parece excesiva y, por si acaso, sustitúyanla por los “autores”) .
Extraña también
la sospechosa unanimidad al condenar por las muertes solo a los que las
provocaron directamente: o la gente es tonta o maliciosa porque, se supone,
alguna responsabilidad en el atentado de París debió corresponder al gobierno
francés (aunque sea de izquierdas).
Tampoco culpó
nadie al gobierno de George Bush (al que el apoyo popular subió al 86 por
ciento después del atentado), cuando unos moros estrellaron aviones en las
torres gemelas de Nueva York el año 2001.
Como contraste
con los ingenuos ciudadanos de Francia y
Estados Unidos, los españoles, que no nos chupamos el dedo, supimos y
responsabilizamos al gobierno de Aznar por la matanza que causaron los moros en
unos trenes en Atocha.
Pero, apoyo o
no al gobierno que sufra los atentados, a todos los une la cómoda conveniencia
de condenar los actos terroristas, llorar a los muertos y repetir que la libertad triunfará sobre la
barbarie, en vez de exponerse a la pérdida de votos actuando contra el
fanatismo de origen.
Y es que los
gobernantes de los países víctimados saben que es más cómodo predicar que dar
trigo.
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