El remedio más socorrido contra desmanes y
tragedias es convocar una manifestación multitudinaria de repulsa, encabezada
por los más conspicuos ciudadanos de la comunidad.
Siguiendo esa costumbre, más de cien ciudadanos de los más
conspicuos del mundo (políticos todos de renombre), encabezaron al millón y
pico de personas que se juntaron en las calles de París para protestar contra el
asesinato de unos dibujantes chistosos, cuyos dibujos no les habían hecho
gracia a los asesinos.
Algo debió fallar
porque ha transcurrido el tiempo suficiente para que los secuaces de los
asesinos hubieran proclamado públicamente su arrepentimiento y se hubieran
sumado a los que condenaron los crímenes.
Pero no ha
sido así. ¿Por qué?
Se ha descubierto
que, en contra de lo prometido, el centenar de ciudadanos notables que deberían
haber ido al frente de la manifestación no lo hicieron de verdad, aunque las
fotografías que se publicaron parecían demostrarlo.
En tiempos en los
que lo que parece es más importante que lo que es, los políticos estuvieron de
acuerdo en que se les fotografiara con un par de cientos de comparsas a sus
espaldas, representando al millón y pico de manifestantes, y evitar así que algún
terrorista rezagado se viera tentado a tomarlos como blanco de un nuevo
atentado.
Y así no hay
manera. Si el eficaz remedio que serian las manifestaciones de repulsa contra
desmanes inicuos no se organizan sin trampa ni cartón, los malos seguirán
siendo malos.
Hubo tiempos
en que las manifestaciones multitudinarias se pusieron de moda y raro era el día
en que miles de personas no se lanzaban a las calles para protestar por la
violencia contra las mujeres, la falta de democracia, la contaminación
ambiental o la supervivencia de los dragones de Kómodo.
Ninguno de
esos problemas se ha resuelto y algunos se han enconado, lo que no demuestra
que las manifestaciones multitudinarias sean inútiles, sino que se hizo trampa
al organizarlas.
En algunas se
exigía que los manifestantes llevaran lazos de un color determinado. Bastaba
con que uno de ellos llevara uno azul celeste en vez de azul marino para que quedara
anulado el esfuerzo colectivo.
En la de París,
que los mandamases encabezaran a un par de centenares de seguidores, en vez de
al millón y pico anunciado, bastó para que los secuaces de los terroristas los
animen a seguir matando, en vez de afearles su crimen.
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