Algunos de los que proponen que una utopía
abstracta conocida por democracia se concrete en el sistema más eficaz y justo
para que las sociedades se doten de gobierno están desconcertados.
“Si un partido ha sido el más votado por los
griegos”, se plantean, “¿cómo puede dudarse que sea el que mejor solucione los
problemas del pais?”
Los tiempos venideros resolverán ese enigma
y, al mismo tiempo, el más profundo de si la democracia, como se entiende esa
palabra aplicada a la formación de
gobierno, es un dogma o una filfa.
Si Grecia, Dios lo quiera, sale adelante
gracias a la acción gubernamental de Syriza, (que es como llaman en Grecia a lo
que en España es “Podemos”), miel sobre hojuelas, tutti contenti, adelante, no
hay moros en la costa.
Pero, ¿y si, Dios no lo quiera, Syriza no
solo no mejora sino que empeora lo que los votantes le han encomendado
solucionar?
La repercusión de ese fracaso tendrá
dimensiones cósmicas e históricas porque lo que ha fundamentado la democracia
desde que hace tres siglos empezaron a recetarla los enciclopedistas como el
bálsamo de Fierabrás de las desgracias sociales se demostrará un camelo.
Nos conviene que Syriza corte orejas al toro
griego porque, si no, habría que dudar si:
A) Todos los hombres somos iguales
B) Lo que la mayoría de los hombres crea que
es verdad, es verdad.
C) La mayoría nunca se equivoca, sino que la
engañan.
D) Si todos los hombres son iguales, son
iguales sus derechos.
E) Aunque sus derechos sean iguales, sus
obligaciones son directamente proporcionales a sus disponibilidades económicas.
En definitiva, que con el éxito o el fracaso de
Syriza la humanidad se juega poder seguir el camino que inició hace tres
siglos o volver tres siglos atrás.
Si es lo primero, lo que la mayoría decida es
la verdad y lo más conveniente y, si volvemos atrás la historia, el más listo,
más fuerte, más cruel o el más afortunado será el que diga lo que hay que
hacer y, los demás, a callar la boca y obedecer.
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