Los egipcios
han matado a dos o tres individuos al bombardear concentraciones de terroristas
islámicos en la vecina Libia.
La aviación
jordana atacó hace unos días a terroristas islámicos en Siria en represalia
porque habían quemado a un aviador jordano prisionero.
Ahí van no
uno, sino dos botones de muestra de que la barbarie terrorista se está
contagiando a sus víctimas, en una escalada de salvajismo que puede sumir a la
humanidad en una época de extermino sistemático
incontrolado.
Esa es la
amenaza real, y no el terrorismo en sí porque, si la respuesta de los
represores es tan irracional como los actos que pretenden corregir, será el
instinto y no la razón lo que guíe la conducta humana.
Volverá así el
ser humano a la condición animal de la que ha evolucionado a lo largo de los
siglos.
Hasta ahora, los
agredidos por los terroristas habían respondido de manera comedida y civilizada
al salvajismo terrorista: montaron manifestaciones
multitudinarias de protesta, escribieron condenas contundentes y advirtieron a los terroristas de que ya estaba bien de
tantos abusos y de que, si seguían por
ese camino, se iban a enterar.
Se paso de
contestar a la fuerza terrorista con la fuerza institucional a una etapa de
consecuencias insospechadas, que podría desembocar en la funesta práctica de matar
al que hiera.
La
civilización y sus logros están en peligro: ¿sigue siendo el ser humano un vertebrado
primate de la familia de los homínidos o, además, es capaz de someter los imperativos
de sus instintos a los dictados de su razón?
Hay otra
posibilidad: que no todos los humanos sean iguales o que, por lo menos, no todos
hayan desarrollado simultáneamente su capacidad de condicionar a la razón los
imperativos de sus instintos.
Es como si los
más evolucionados y los menos sintieran la misma emoción al presenciar, por
ejemplo, el milagro diario del amanecer.
Los más
evolucionados, entre los que se encuentran los poetas, dirían como Antonio
Machado:
“Está la tierra mojada
por las gotas del rocío,
y la alameda dorada,
hacia la curva del río”.
por las gotas del rocío,
y la alameda dorada,
hacia la curva del río”.
Mientras que
un ser primitivo como servidor, si se levantara con tiempo de ver amanecer, diría:
“Ojú”.
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