Desde que se
empleó por primera vez en España, a la palabra “democracia” le ha pasado como a la
falsa moneda: aunque cambia permanentemente de mano, solo es auténtica para el
que la tenga y falsa en cuanto sea de otros.
“Democracia” es, en el español de hoy, una muletilla
idiomática de gran utilidad para referirse a algo inconcreto, etéreo, impreciso,
indeterminado que, como el perejil en la cocina, aromatiza todo debate
político.
Hubo un tiempo
en que, al contrario que ahora en que todo lo malo lo es por no ser democrático
y todo lo bueno por serlo, achacaban a la democracia todos los males de España.
Y es que
“democracia” ha pasado a ser en el lenguaje diario español un término tan
ambiguo como “cosa”, que lo mismo sirve para aludir a un roto que a un
descosido.
Le ha pasado a la democracia en España lo que al
amor, esa atracción entre dos personas de apetitos sexuales opuestos y
complementarios, que funden protuberancia y oquedad hasta formar un solo
cuerpo.
Amor es el
sentimiento de atracción mutua y la fusión de sus órganos es solo el
procedimiento mecánico para hacerla tangible.
En España, a
la democracia le ocurre lo que al amor, que de tanto abusar del procedimiento
mecánico para materializarlo, acaba siendo un fin en sí mismo.
Ese sentimiento
utópico conocido por democracia se vale para lograr su fin de que sea el pueblo
el que se gobierne a sí mismo, eligiendo al que de ellos habrá de gobernarlos.
El sufragio universal, que concede derecho a
votar a todos los ciudadanos mayores de edad para elegir gobernantes,es el
sistema adoptado en España y que implica que, si todos tienen el mismo derecho
a elegir, también lo tienen a ser electos.
Vale en ese sistema lo mismo el voto del que
más aporte para sustentarlo que el del que contribuya menos y el de los más
capacitados que el de los de menos, el de los que más cuidadosamente respeten
las leyes que el de los más pertinaces en violarlas.
Las
consecuencias de que cualquiera puede gobernar si es el que consigue mayor
número de respaldos ocasionaron los dos mayores problemas a los que se
enfrentan España y el mundo: el terrorismo de pretexto religioso y la ruina
económica de España.
El terrorismo
lo impulsó la decisión del tonto Jimmy Carter, elegido por los norteamericanos como
autopenitencia para purgar las pillerías de Nixon, al consentir el
derrocamiento del Sha de Persia y su reemplazo por Jomeini.
El desmadre
económico-social de España lo impulsó el inocente Zapatero, elegido para
reemplazar al pillo Aznar.
Y es que, para gobernar países conviene más
un pillo que un tonto y que poner a elegir al populacho ignorante, sentimental
y apasionado es un acto suicida.
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