Las ideologías
son como los fuegos fatuos: sustancias orgánicas y fosfóricas que se escapan de cuerpos en
descomposición y se inflaman en contacto con el aire.
La idea de que
alguien tiene menos porque otro tiene más sería absurda sin el contraste de la
situación del primero con la del segundo.
La igualdad
es, por consiguiente, una utopía en términos absolutos, y solo concebible comparativamente.
Para que el
comburente que es la igualdad se transforme en ideología necesita entrar en
contacto con un combustible, el arraigo social, y así se manifieste en opinión
generalizada.
El partido
político libera la idea inerte de la igualdad para que, en contacto con el oxígeno
de su propagación multitudinaria, se transforme en ideología.
La igualdad es
como el fuego fatuo: reluce pero no calienta, parece pero no es, atrae pero es
impalpable, fascina a los que ignoran el detritus que la origina.
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