La canallesca,
como nos referíamos pomposamente a aquella pandilla que todavía no amortajado
el caudillo ya tasábamos con qué tajada de sus sucesores engordar nuestro
siempre flaco ego, es la culpable.
¿Da el conocimiento
la felicidad?
Rotundamente
no.
Es feliz el
que ignora, el que cree que la sonrisa no enmascara una amenaza sino que anticipa
un abrazo.
Pero la
canallesca ignora sistemáticamente todas las promesas de buena fé y de mejores augurios que los políticos repiten.
Como los de la
prensa son carnívoros voraces que selectivamente engullen carne de político,
España está no como está: entre los diez paises más desarrollados, con sistema
democrático estable, aceptable homogeneidad social y claro progreso hacia la
felicidad de sus gentes.
La
distorsionada España que describe la canallesca es un pueblo descoyuntado, empobrecido
por la rapacidad de sus políticos, azuzados todos contra todos por pura diversión
de los que manejan las rehalas.
¿No es España
un país de clima ameno, de privilegiada posición en la encrucijada de civilizaciones?
¿No son virtuosas las españolas, nobles los españoles, modestos sus jefes, orgullosos
sus pocos menesterosos y desprendidos sus muchos privilegiados?
¿Cómo puede
una casta de resentidos, la de los de la canallesca, desvirtuar lo bueno de España
para confundirlo con lo que solo es trasunto de su verde envidia?
Tienen, además
el descaro de proclamar que lo hacen cumpliendo su sagrado deber de informar.
Hasta el deber
más ineludible, si su ejercicio daña la autoestima, el orgullo, la paz y la
tranquilidad de la comunidad merece la
pena ser suprimido.
Así que, por
el bien de España y de los españoles, acabemos con la libertad de prensa y
recuperemos la paz y la felicidad.
Que, como
siempre ha sido, el cazador le pegue un tiro al lobo antes de que el lobo se
coma a la abuela de la pobre Caperucita.
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