Mi muy querido
y admirado Francisco (Paco) Rubiales afea en su multitudinariamente seguida
columna “Voto en Blanco” que el ministro español de relaciones exteriores y del
Tibet, José Manuel García Margallo, emplee el recurso de traducir a posibles beneficios sociales para los
españoles lo que Grecia le debe a España.
Es evidente
que el gobierno de Mariano Rajoy no necesariamente hubiera dedicado a subir
pensiones y sueldos los veintimuchos mil millones de euros que Grecia debe a
España.
También los
hubiera podido emplear en enchufar manos muertas sin otro provecho que la
rentabilidad electoral, como el PSOE viene haciendo en Andalucía desde hace
treinta años.
Un acierto hay
que reconocerle a Margallo: como sabe a quien se dirige y cómo hacerse
entender, recurre a la parábola, ese mecanismo dialéctico fácilmente entendible
por los que no están habituados a desentrañar el lenguaje conceptual.
Yo creo que Margallo,
como jefe de los diplomáticos, se abstuvo de concluir su parábola como termina
la que San Mateo aplica a Cristo con aquello de “Un padre de familia plantó una
viña….” Que después de dejarla como los chorros del oro la arrendó a unos
aparceros que se negaron sistemáticamente a pagarle la renta y hasta se cargaron
al hijo del dueño cuando lo mandó para que la cobrara.
Si Margallo
hubiera acabado su parábola, la cosa habría terminado en que la Unión Europea
alentaría a Turquía para que convencieran a los griegos, y los turcos no habrían
parado hasta llegar a las fronteras de Croacia.
Pero eso un
político como Margallo no lo habría hecho nunca porque los conceptuosos demócratas
habrían dicho que hay que ver…
No hay comentarios:
Publicar un comentario