La fotografía
del presidente de Bolivia Evo Morales mostrándole al Papa Francisco un Cristo
crucificado sobre la cruz y el martillo me provocó instintivamente una
asociación de ideas, la interrelación con otras imágenes almacenadas en la
memoria.
Debió ser una
alucinación provocada, sin duda, por mi atocinamiento mental, desbocado por la
plaga estacional de la calor.
Sería
alucinación o no, pero lo cierto es que lo de Morales y el Papa me trajo a las
mentes la foto de la meona, la de los deschaquetados y descorbortados afeando a
los diputados del Parlamento Europeo que vistieran chaquetas y corbatas o la de
uno de ellos, coletudo, regalándole al Rey de España una colección de libros de
alucinada fantasía para que se enterara de lo que vale un peine.
Que nadie se
alborote: si chocante es esa actitud de los que los fotógrafos creen que merece
la pena ser retratados, la moda pasará como la de los miriñaques.
Y, si fuera
más que eso, bastaría con sustituir en la enseñanza pública la obligación de
saber donde nace y desemboca el Retortillo con una asignatura descatalogada: el
manual de urbanidad, la guía del comportamiento acorde con los buenos modales,
que demuestra buena educación y respeto hacia los demás.
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