Uno ha tenido
la oportunidad de pisar las dunas iniciales de ese gran desierto en el que, los
que se pierden, sueñan con la palmera solitaria bajo la que el agua de una
fuente rumorosa regala el milagro de la vida.
Esa tópica
imagen puede sintetizar la historia de la Humanidad, siempre inverosímilmente
salvada cuando su exterminio parecía inexorable.
Y, salvo en el
caso del colosal meteorito que al caer sobre Yucatán mató a los dinosaurios,
fue el hombre el que amenazó su supervivencia y el compromiso posterior entre
agresores y víctimas lo que la restableció.
Distingue al
hombre su capacidad de controlar sus instintos y decidir si merece la pena
ignorar el peligro que correrá por conseguir lo que ambiciona.
Si su audacia
se convierte en temeridad las consecuencias escapan a su control para generar un
conflicto con sus semejantes de intereses opuestos.
La disputa
generada por intereses contradictorios forma parte de la Historia de la
Humanidad tanto como el reacomodo de la convivencia entre los contendientes, posterior
a la disputa.
Enfrentamientos
entre naciones y pueblos resumen la Historia tanto como los términos de
convivencia posteriormente acordados.
Tan
determinante de las relaciones entre adversarios es el choque armado como la
paz negociada, por lo que tanta importancia tiene la capacidad de destruir como
la habilidad de negociar.
Si el hombre
fuera solo un mamífero sería el más fuerte del grupo el que se impusiera al
resto pero lo diferencia su capacidad de razonar para controlar los impulsos de
su instinto.
Esa facultad de
administrar sus reacciones determina la destreza del hombre para que la
superioridad de su astucia tuerza en su favor el resultado desfavorable de su
derrota por la fuerza.
La diferente
habilidad del hombre para aprovechar su inteligencia determina el resultado de
sus disputas con los su especie, y la victoria dialéctica que ponga fin al
conflicto será del que mejor use la palabra.
Fuerza y
armas, los recursos que el hombre emplea para imponer su voluntad, son
insuficientes para consolidar su victoria si no la apuntala la razón que la
justifique y la palabra que la explique.
El campo de
batalla en el que crucen armas los contendientes y el resultado de ese
enfrentamiento armado son episodios secundarios del conflicto en su conjunto.
La palabra,
que es la herramienta con la que el hombre comunica lo que elabore su
inteligencia, es el arma que decide el resultado final de los conflictos
humanos.
Sirve para
aunar alianzas con otros para convencerlos de que su enemigo es enemigo común,
para lograr los términos más favorables en el acuerdo que ponga fin a la fase
armada del conflicto y para preparar la revancha por la derrota, deslegitimando
la victoria del adversario.
Es la palabra
la herramienta bélica que enciende pasiones, justifica la violencia física para
saciarlas y reaviva los ánimos para la revancha que restablezca el resultado de
la derrota armada.
Con la palabra
que el ágora contemporánea de las televisiones y los periódicos han sabido emplear
con singular eficacia, los que perdieron una guerra la han ganado75 años después.
Lo demuestra
que son los nombres de los perdedores de entonces (Dolores Ibarruri, Santiago Carrillo)
los que han desplazado de los callejeros a los vencedores (Franco,Mola).
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