viernes, 21 de agosto de 2015

LA FUERZA DE LA PALABRA




Uno ha tenido la oportunidad de pisar las dunas iniciales de ese gran desierto en el que, los que se pierden, sueñan con la palmera solitaria bajo la que el agua de una fuente rumorosa regala el milagro de la vida.
Esa tópica imagen puede sintetizar la historia de la Humanidad, siempre inverosímilmente salvada cuando su exterminio parecía inexorable.
Y, salvo en el caso del colosal meteorito que al caer sobre Yucatán mató a los dinosaurios, fue el hombre el que amenazó su supervivencia y el compromiso posterior entre agresores y víctimas lo que la restableció.
Distingue al hombre su capacidad de controlar sus instintos y decidir si merece la pena ignorar el peligro que correrá por conseguir lo que ambiciona.
Si su audacia se convierte en temeridad las consecuencias escapan a su control para generar un conflicto con sus semejantes de intereses opuestos.
La disputa generada por intereses contradictorios forma parte de la Historia de la Humanidad tanto como el reacomodo de la convivencia entre los contendientes, posterior a la disputa.
Enfrentamientos entre naciones y pueblos resumen la Historia tanto como los términos de convivencia posteriormente acordados.
Tan determinante de las relaciones entre adversarios es el choque armado como la paz negociada, por lo que tanta importancia tiene la capacidad de destruir como la habilidad de negociar.
Si el hombre fuera solo un mamífero sería el más fuerte del grupo el que se impusiera al resto pero lo diferencia su capacidad de razonar para controlar los impulsos de su instinto.
Esa facultad de administrar sus reacciones determina la destreza del hombre para que la superioridad de su astucia tuerza en su favor el resultado desfavorable de su derrota por la fuerza.
La diferente habilidad del hombre para aprovechar su inteligencia determina el resultado de sus disputas con los su especie, y la victoria dialéctica que ponga fin al conflicto será del que mejor use la palabra.
Fuerza y armas, los recursos que el hombre emplea para imponer su voluntad, son insuficientes para consolidar su victoria si no la apuntala la razón que la justifique y la palabra que la explique.
El campo de batalla en el que crucen armas los contendientes y el resultado de ese enfrentamiento armado son episodios secundarios del conflicto en su conjunto.
La palabra, que es la herramienta con la que el hombre comunica lo que elabore su inteligencia, es el arma que decide el resultado final de los conflictos humanos.
Sirve para aunar alianzas con otros para convencerlos de que su enemigo es enemigo común, para lograr los términos más favorables en el acuerdo que ponga fin a la fase armada del conflicto y para preparar la revancha por la derrota, deslegitimando la victoria del adversario.
Es la palabra la herramienta bélica que enciende pasiones, justifica la violencia física para saciarlas y reaviva los ánimos para la revancha que restablezca el resultado de la derrota armada.
Con la palabra que el ágora contemporánea de las televisiones y los periódicos han sabido emplear con singular eficacia, los que perdieron una guerra la han ganado75 años después.
Lo demuestra que son los nombres de los perdedores de entonces (Dolores Ibarruri, Santiago Carrillo) los que han desplazado de los callejeros a los vencedores (Franco,Mola).

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