¿Qué es una
leyenda sino el relato reiterado de un hecho improbable aunque posible?
¿Por qué las
leyendas arraigan más profundamente en la imaginación colectiva que la
narración veraz de un acontecimiento real?
Porque la
historia se fundamenta en la reseña de acontecimientos presenciados por
testigos imparciales, mientras que la leyenda se basa en las emociones del que
la inventa y que comparten quienes la difunden.
Por eso
influye más la leyenda que la historia en la reacción de la sociedad frente a acontecimientos actuales parecidos a
los del pasado.
En 1492,
cuenta la leyenda, Boabdil el Chico, abandona Granada después de entregar a los
Reyes Cristianos el último bastión del islamismo en España.
Camino de su
destierro en Las Alpujarras, se cuenta que Boabdil lloró amargamente cuando
volvió la vista atrás para contemplar el esplendor de la ciudad que había
perdido.
Aixa, la
intrigante madre del desterrado cuya influencia desencadenó las derrotas que
concluyeron con el exilio, le reprochó : “Llora como mujer lo que no supiste
defender como hombre”.
Éstos días en
los que millares de expatriados que como Boabdil escapan de un pasado
conflictivo en busca de un futuro incierto, se entiende la honda pena que
reflejaba el suspiro del moro al dar la espalda a su Granada.
Más de uno de
los sirios que mendigan asilo por los hostiles caminos de una Europa que les es
ajena se preguntarán si perder la vida haciendo
frente a compatriotas enemigos no habría sido mejor que mendigar a extraños que
les permitan cada día seguir viviendo.
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