Sentimientos
contra intereses, repulsa contra conveniencia, instinto contra inteligencia, lo
que el corazón dicta contra lo que lo que la razón aconseja.
La pugna de
los catalanes independentistas por separarse de España es más que empecinamiento
en modificar el mapa político para sacar provecho del nuevo trazado.
Es una nueva
batalla de la eterna pugna de la parte animal del hombre, su instinto, contra
su componente más noble, su alma inteligente.
Y es en esos
términos en los que la disputa se libra: la conveniencia de seguir unidos al
que siente diferente, contra el impulso instintivo de alejarse del que
representa una amenaza.
Los unionistas
argumentan el interés material de continuar formando parte de España, contra el
sentimiento de los separatistas de tener que convivir con quienes, por ser
distintos. tienen un concepto contrario de lo que es bueno y lo que es malo.
Es como
convencer a una de las dos partes de la pareja, que sólo contraería matrimonio si
el amor lo forzara a renunciar a la soltería, a que se case para tener un piso
de 140 metros cuadrados.
Para que los
pueblos y las personas acepten diluir sus diferencias para fundirlas en una
vida compartida necesitan seducir y dejarse seducir, renunciar a imponer al
otro la virtud propia que al otro le parece vicio y aceptar como equivocaciones
intrascendentes lo que durante el noviazgo parecieron afrentas.
En el caso
presente, que los catalanes releguen al pasado los desaires que el resto de
España pudo haberle hecho a Cataluña y España se olvide de las infidelidades de
que acusa a Cataluña.
Pero, por el
camino que van, unos esgrimiendo contra España su rapacidad crónica y otros
argumentando contra Cataluña su frivolidad de querida cara, el desencuentro
será un tabique insalvable para coincidir en el tálamo.
Sería bonito
que en las negociaciones prenupciales prevalecieran los afectos sobre los
negocios pero el racionalismo español se empeña en hablar de cuartos y la
frivolidad catalana en reclamar caricias.
Así no habrá
boda que ponga fin a un concubinato tumultuoso que dura ya más de tres siglos.
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