María Victoria
Albertos, joven porque es guapa o guapa porque es joven, es una entrevistadora
de televisión que, como muchos jóvenes guapos de ésta España iconoclasta, solo
se inclina ante el ídolo de la igualdad.
Y la diosa
igualdad de la España de María Victoria tiene un precepto tajante : rebajar de
su pedestal a los que la vida haya colocado sobre un pedestal, en vez de
subirse a su propio pedestal el que todavía no lo tenga.
La diosa
igualdad de María Victoria manda nivelar por abajo y no por arriba. Es más
cómodo y el resultado es el mismo.
Por eso María
Victoria cuando, como locutora de televisión entrevistó al Rey de España en
Lille, en la final del campeonato europeo de baloncesto, tuteó familiarmente al
Rey.
En los
tenebrosos tiempos anteriores a éstos luminosos de la democracia, el tuteo era
privilegio reservado a quien había compartido pan o cámara con su interlocutor,
al compañero o al camarada.
Democracia,
así entendida, es el derecho de todos a meter cuchara en el mismo plato y a
dormir todos juntos y revueltos en la misma cama.
Por eso, el
esfuerzo individual que marcaba el factor diferencial en la escala social hasta
ahora es ya una fórmula desfasada.
¿Para qué vas
a trabajar más que los otros, si la democracia nos hace a todos iguales?
La hormiga y
la cigarra, por mucho que sude al trabajar la primera y por mucho que desentone
al cantar la segunda, tanto derecho tendrá a comer la primera como la segunda
en una sociedad democrática.
Porque,
antiguamente, la muerte nos igualaba a todos. Ahora, la democracia lo hace en
vida.
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