“The answer is
blowing in the wind” (el soplo del viento
trae la respuesta), y no hay que hacer más que salir a descampado, descubrir la
cabeza e identificar sin prejuicios si huele a chamusquina o al reconfortante aroma
de la tierra mojada.
Y el olor que
ahora trae el viento político es el de la putrefacción de un cadáver en descomposición.
Si hay que
recurrir a símiles clásicos: ¿por qué abandonan las ratas el barco?
Naturalmente, porque perciben más peligroso seguir en sus tenebrosas bodegas
que afrontar el furor de las olas embravecidas.
Puede que eso explique
por qué tantas ratas ilustres se apresuran a saltar por la borda del barco del
PP. Han percibido en el soplo del aire que el refugio del Partido Popular es
menos seguro que sobrevivir en mar abierto.
Muchos de los
náufragos voluntarios caerán en la tentación de encaramarse en el bote
salvavidas de Ciudadano. Coitados… que en luso- gallego quiere decir “se van de
Guatemala para entrar en Guatepeor”.
Y si les quedan
dudas de ese pesimista pronóstico, que se den una vuelta por Andalucía, donde
el respaldo de Ciudadanos al PSOE, en vez de traducirse en el ennoblecimiento
de un corrupto, es el hasta entonces inmaculado Ciudadanos el que se está corrmpiedndo al contacto con el corrupto PSOE, desde que le facilitó seguir gobernando.
¿Qué hacemos,
entonces, los ciudadanos electores?
Rechazar la tramposa oferta de todos los políticos de que, si los votamos, resolverán
nuestros problemas.
Para eso, y
previamente, tenemos que asumir que solucionar los problemas de cada uno es privilegio
y responsabilidad de cada uno y que, si no somos capaces de hacerlo, no estamos
capacitados para decidir sobre la solución a las dificultades de todos.
¿Y si, al prescindir
de los políticos y de los partidos políticos nos cae encima un dictador?
No hay problema, porque su solución la dio en 1598 el padre Juan de Mariana en su
tratado “De rege et regis institutione”: el tiranicidio.
Escribió el jesuita: "Pero si el rey atropella el reino, entrega al
robo las fortunas públicas y las privadas, y desprecia y vulnera las leyes
públicas y la sacrosanta religión; si su soberbia, su arrogancia y su impiedad llegasen hasta insultar a
la divinidad misma, entonces no se le debe disimular de ningún modo. Como esto
es peligroso, lo mejor sería deliberar sobre lo más conveniente, en grandes
reuniones, y después advertirle al príncipe para que se corrigiera, haciéndole
la guerra, de no lograrlo y, declarado enemigo público, darle muerte".
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