El poder es
absoluto o no es poder: es un quiero y no puedo.
¿Y el poder
del pueblo que sustenta la democracia?
Una triquiñuela para que el que disfrute de su ejercicio eluda las
consecuencias de sus tropelías.
En las
dictaduras, el que manda purga periódicamente al que crea que puede hacerle
sombra y desplazarlo del poder.
En las
llamadas democracias, el que manda destituye de sus cargos a los que
ensombrecen su imperio y los sustituye por adeptos sin poder todavía para discrepar de
sus órdenes.
Tanto en las
dictaduras como en las democracias, el ansia de poder absoluto es una necesidad
instintiva que la razón puede enmascarar pero no abolir.
Todas las
manadas, humanas o animales, necesitan un macho alfa, eso que Pablo Iglesias dice
que no es, y del que depende la supervivencia de la especie, el que con su
esperma fecunda a las hembras reproductoras o pastorea al rebaño para que no se
desvíe del camino que trace.
Y cuanto más
tiránico, irracional y absoluto sea el ejercicio del poder, mas conjuntado
seguirá el rebaño.
Vean la ascendente
evolución de la rama musulmana de la única religión humana, la monoteísta.
Protestantismo,
catolicismo, judaísmo y en parte el
cristianismo ortodoxo, pierden
imparablemente adeptos, mientras que el islamismo los incrementa irrefrenablemente.
¿Por qué?
Porque judíos, católicos, protestantes y
ortodoxos cayeron en la tentación de adecuar sus praxis a la razón
enciclopedista.
Los musulmanes
no. Sabiamente, acentúan su creencia en las raíces inexplicables, misteriosas e
irracionales de su origen, que se sustentan en que, quien no sea musulmán, es
enemigo de los musulmanes.
Sabios
musulmanes, que no sacrifican la parte instintiva del hombre a su componente
racional.
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