Circula insistentemente
el rumor de que el gobierno manda que el inminente fin de semana, no sé si el sábado
o el domingo, cambie la hora del reloj a las tres de la madrugada.
Como todo lo que
el gobierno manda, es un capricho que a nadie beneficia y a todos perjudica.
Sobre todo a mí
que es lo que más me importa.
¿Que por qué?
Porque me suelo
acostar a las 24 horas (las doce de la noche) y el gobierno manda que me despierte
tres horas más tarde para cambiar la hora y atrasar el reloj para que marque
las 02,00.
Como el reloj-despertador
que tengo no lo sé manejar porque soy un simple periodista jubilado y no un
ingeniero electrónico, para nada que me despierte.
Así que, cuando
abra mis legañosos ojos a las diez de ahora, serán las nueve de la mañana, hora
del gobierno.
¿Y qué hago
hasta las diez y media de ahora (09,30 de a partir del fin de semana), que es
cuando desayuno?
¿Le digo yo al gobierno
que deje de hacer lo que al gobierno le dé la gana para que haga lo que me dá
la gana a mi?
Pues la reciprocidad,
como sostenía mi admirado Luis Calvo, es tan imprescindible en las relaciones
sexuales como entre gobernantes y gobernados.
Sin reciprocidad
no hay parejas bien avenidas ni entendimiento entre mandamases y súbditos.
Sin consentimiento mutuo, el gobierno se
convierte en tiranía y los gobernados en sometidos. Como en tiempos de Franco.
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